Pitia se dejaba corromper por el poder y el oro, dice Manfredi en su mágica historia de Atenas que releí en estos primeros días de enero tan propicios al dejar hacer, dejar pasar. Hay como una resistencia del espíritu a retomar las rutinas de la vida. Pero, si, la atracción de lo enigmático, el poder del misterio, el afán de respuestas sobre el futuro como las que se buscaban en el oráculo de Delfos, del cual Pitia era la voz de Apolo, han inquietado el alma del hombre.
Han sido insistentes las notas y llamadas sobre Melquiades, el personaje de mi artículo anterior en este diario: ¿Dónde murió Melquiades? Sin embargo, no son muchas las respuestas, aunque el profesor Elmer de la Ossa, descubridor del mago de Sincé, sigue escarbando en la memoria de la comarca e indagando a través de las aguas de los caños que conducen a la mítica región de la Mojana, cuna indudable del realismo mágico garcíamarquiano.
El mago sinceano, con sus sortilegios y conjuros hacía pagar las deudas de los morosos y preparaba la fórmula de la resurrección viril. También, hacía confesar la vagina de las infieles, repelía a los lagartos, quienes se retiraban dando vueltas sin control. No era tonto, se sabía defender de las asechanzas de los hombres. Adolfo Palencia Díaz, su sobrino y ayudante, cuenta que en plena faena de cambiar los horcones de la casa de una hermana de Gabriel Eligio García, de repente se paralizó… No podía mover el pie izquierdo de un rincón que irisaba. Asustado exclamó: “Me llaman del infierno”, y a su voz y para su asombro, vio como salían cántaros y cántaros llenos de morrocotas de oro. Lloró a gritos “porque ese metal era su enemigo”. Trató en vano de transformarlo con sus conocimientos de alquimia. Frustrado, navegó por los océanos del pasado y en una cueva ignota del mar de las Galias dejó el tesoro en las manos del Abate Farías. Regresó a Sincé y le entregó a la dueña de la casa, en presencia de Gloria Gamarra Escudero y Carmen Vergara Merlano, una morrocota con la advertencia: ella se multiplicará sola. Ese fue el origen del tesoro de la tía Lety, como lo denomina el profesor de la Ossa.
El 24 de octubre de 1970, Melquiades le dijo adiós a la vida. Su muerte provocó un pandemónium. Sufrió una larga agonía. Utilizó todos sus secretos para morir en paz, pero no lograba abrir las puertas del más allá. Buscaba en un libro, que aún no se había escrito, las claves de su muerte. Mientras moría se le aplicaron 106 veces los santos óleos, uno por cada año de vida. Al instante regresaba como en una alegoría de sus incesantes idas y venidas. Todo el pueblo recurrió a rezos y exorcismos: lo persignaban con la izquierda, se convocó a las ánimas del purgatorio, lo acostaron boca abajo sobre la tierra del cementerio, le aplicaron limones en cruz en los ojos y las lloronas clamaban a los cielos y a los infiernos. En fin, se agotaron todos los recursos del ocultismo. Murió cuando Félix Balbim, conocido aprendiz de brujo, le extrajo de sus brazos “los niños en cruz”. Entonces, se empezaron a escuchar voces de miedo.
Entre ruidos tenebrosos y sonidos de flautas fueron llegando, para acompañarlo al último viaje: magos del oriente, sacerdotes celtas, brujas de Salem, nigromantes de Singapur, embaucadores de Inglaterra, adivinos de Bizancio, hechiceros de la Mojana, judíos de Ámsterdam, gitanos de Hungría, heraldos de Viracocha. Llegaron, también, los argonautas de Itaca que andaban a la búsqueda de la Odisea de América Latina. A las 12 en punto de la noche llegó un tren amarillo, procedente del reino extinguido de Macondo, con el espectro de Prudencio Aguilar, quien traía un pergamino lacrado del que pendía un pescadito de oro. El padre Daniel Ayola prohibió que rompieran el sello y lo puso en el ataúd sobre el cuerpo yerto de Melquiades. Se ha evitado un cataclismo, dijo una voz de ultratumba.
Las andanzas de Melquiades bien pueden hacer parte de la Antología de la literatura fantástica que tanto le gustaban a Borges. Leamos uno de sus cuentos favoritos: “Una mujer está sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a su puerta”… ¿Melquiades?