LOS estudiantes, indignados por todo y por nada, no respetaron el “Día de los niños” y organizaron una marcha a todas luces peligrosa y sin antecedentes, vespertina y enmascarada, que colapsó el tráfico y desesperó a los padres ansiosos por llegar a sus hogares a cumplir con el rito infantil del disfraz y los dulces.
Durante el día, las redes incitaban al levantamiento con mensajes del tipo “Si Chile y Ecuador pudieron, nosotros también podemos”, y claro, no faltaron la violencia, la destrucción y los enfrentamientos con el Esmad, el “malo del paseo” por cumplir con su deber de tratar de controlar los desmanes con las manos atadas, pues deben recibir insultos y graves ataques físicos como si no fuera contra ellos, mientras cualquier reacción frente a los vándalos, que no es otra cosa que la utilización de la fuerza legítima del Estado para mantener el orden , se convierte en violación de un “Estado reaccionario” al derecho a la movilización.
Sin duda es sagrado el derecho a movilizarse, pero desde la escuela aprendí que todo derecho encarna deberes y tiene límites. Los estudiantes ya protagonizaron uno de los paros más prolongados de los últimos años -¡66 días!-, como desquitándose con Iván Duque por la incuestionable deuda histórica con la educación. El Gobierno estuvo dispuesto al diálogo y respondió con compromisos realistas, incluido un esfuerzo presupuestal sin precedentes, pero nada parece satisfacer a los estudiantes, que completaron ¡16 manifestaciones! en los 15 meses del gobierno Duque.
¿Qué hay detrás?, ¿Qué es lo que “también pudieron” los estudiantes chilenos? ¿Acaso incendiar al país? No se me aparta la idea de que la “marcha de las máscaras” tenía una intención peligrosa, pero el pueblo colombiano, que tan cerca tiene la desgracia de Venezuela y sigue sufriendo la violencia del narcotráfico y de una paz mal hecha, se resiste a ese “despertar chileno” al caos, a más violencia y a la destrucción física y social.
“Chile despertó” ante la inequidad, vociferan los incendiarios de Santiago, volviendo al “cuento chino” de la lucha de clases, la igualdad por lo bajo -todos pobres- y la infamia de lo que llaman el “capitalismo salvaje” que, paradójicamente, les ha permitido un ingreso y un bienestar que supera al del resto de América Latina. Y así se asoman peligrosamente al abismo al que cayó Venezuela.
Mientras tanto, se torna descarada la proclama del movimiento que parecía morir con el desastre venezolano pero resucita con inusitada violencia. Maduro advierte con arrogancia que el Plan del Foro de Sao Paulo, que no es otro que la implantación del comunismo, “va perfecto… No puedo decir más… ustedes me entienden”, y desde el imperio de Putin, que lo utiliza y le da oxígeno, vaticina “un mundo sin imperios” para América Latina y un plan estratégico con apoyo ruso.
Vuelve el Kirchnerismo a Argentina; Diosdado se refiere a la violencia en Chile y Ecuador como una “brisa” y amenaza con un huracán del cual no puede escapar Colombia: “Es absolutamente imposible que Colombia se quede tal como está”, dice, mientras Petro, tras su nuevo fracaso electoral, amenaza con “enfrentar los nuevos retos de la movilización del pueblo”.
Es un mensaje inquietante que llega desde la dictadura venezolana y desde un Chile desestabilizado que ojalá reencuentre su camino.
Nota bene. Mientras el expresidente Uribe solicitó durante meses su derecho a la versión libre y le fue negado, a Santos se lo ofreció de oficio el CNE, pero no asistió a responder por la financiación de Odebrecht a su campaña. Es el talante, decía Álvaro Gómez.
@jflafaurie