Muchas veces buscamos afuera lo que ya tenemos adentro. Necesitamos reajustar la brújula.
En esta época de deseos por cumplir, anhelos por realizar y sueños por construir -¡no perseguir!- solemos pedir al Niño Dios, la Fuente, o como queramos nombrar a esa Energía Suprema, que se nos conceda ello. Tal vez ahora, más que nunca, rogamos por la salud propia o la de algún ser querido, por la unidad familiar o por la estabilidad económica.
Uno de los grandes aprendizajes que nos deja el covid-19 es el contacto con lo esencial, en medio de un mundo que nos ofrece todos los adornos para mantenernos en la inconsciencia de la conexión fundamental. Lo accesorio es bonito, pero es justamente eso: algo agregado de lo cual podemos prescindir, pero que sin duda nos puede traer alguna gratificación extra, sobre todo cuando insistimos en la búsqueda de la felicidad, con la que nos conformamos porque aún no conocemos el gozo que está disponible para nosotros en todo lugar, todo tiempo y toda circunstancia.
Lo esencial va por dentro: somos un reflejo perfecto de la Divinidad, un fractal, un todo pequeño que hace parte de un todo mayor. No somos dioses, pero -como nos dijo el mismo Jesús- podemos hacer milagros más grandes que los que él hizo. Nos falta certeza de ello, una fe llevada a la acción que en lo concreto de la cotidianidad nos permita ver qué en nuestro interior ya está la salud perfecta, la opulencia, la unidad. Más que pedirlas, creo que la tarea es reconocerlas.
Nos saboteamos de múltiples maneras esa consciencia de conexión. En el vientre materno la unidad es plena con el todo, pero a medida que crecemos desarrollamos percepciones de separación. La enfermedad es separación de la Fuente. La escasez es separación de la Fuente. La discordia es separación de la Fuente. Ellas hacen parte de nuestras sombras, sin las cuales no podemos -al menos en esta tercera dimensión en la cual estamos- reconocer la luz.
Por eso, antes que luchar contra la enfermedad, la escasez o la discordia, necesitamos agradecer por y a ellas. Atravesarlas con gratitud, y hacer lo que corresponde, nos permite avanzar en la recuperación de la consciencia de la conexión. Desde ella encontramos adentro la salud, la opulencia y el bienestar que anhelamos. En esta época podemos pedir a la Divinidad su guía para darnos cuenta de que estamos conectados con ella. Que desde nuestro libre albedrío hagamos ese pedido esencial, para poder reconocer la totalidad en nosotros, los otros y el Todo, para disfrutar del gozo profundo que espera por nosotros.
¡Les deseo una Navidad como renacimiento gozoso en la Luz, que ya está adentro!