La crisis del Covid-19 no es una crisis más: su magnitud y efectos sobre las sociedades constituyen un antes y un después para la humanidad. Pero cuando mejores estadistas se requieren, nos tocó una cohorte de Jefes de Estado que no dan la talla. Hay excepciones, aunque muy contadas, como la de Ángela Merkel. Sin embargo, pese a que la ciencia se ha visto derrotada por el coronavirus, ha servido de mampara a los políticos…hasta ahora.
Nunca antes habíamos visto a los científicos tan pegados al poder político, cual oráculos objetivos. Los gobernantes no escatiman oportunidad para decir que sus decisiones están “guiadas por la ciencia”. Es que no es extraño que ante una pandemia que exige medidas dolorosas y generalizadas, los políticos quieran arroparse en el manto de confianza que poseen los científicos. Consultarlos es una actitud prudente, sobre todo cuando se trata de una emergencia nueva ante la que hay que decidir rápidamente asumiendo riesgos calculándolos al máximo.
Lo cierto es que todos los gobiernos han constituido comités científicos asesores en el modo de combatir la pandemia. Aún más, muchos gobernantes han buscado que los expertos los acompañen en las apariciones públicas, permitiendo con frecuencia que lleven la voz cantante para explicar al público qué hay que hacer y por qué. Si los políticos están cediendo protagonismo, es porque el científico es una mampara ante posibles equivocaciones, toda vez que en una pandemia los resultados se miden en muertes diarias, y, con razón o sin ella, se achacarán al gobierno. Y para resguardarse de la crítica, el político siempre podrá decir que actuó de acuerdo con lo que “la ciencia sabía en ese momento” ¿Cómo reprochárselo?
Ahora bien, el testimonio del experto también es una prueba de que las decisiones no están motivadas por un sesgo ideológico sino por la neutralidad científica. De esta manera se mejora la capacidad del gobierno para aglutinar un consenso popular por encima de las diferencias políticas. Los científicos, que en tiempos normales van detrás de los políticos reclamando financiación, se han visto de repente aupados a la cima de trabajadores esenciales y de gurús de las políticas públicas.
Sin embargo, es de esperar que los políticos se den cuenta de que no siempre hay consenso entre los científicos y que muchas decisiones hay que tomarlas en un contexto de incertidumbre, pues la epidemiología tampoco es una ciencia exacta, menos con un virus desconocido y mutante. Y tampoco son exactos los modelos matemáticos. Como explica Robert Dingwall, miembro del comité asesor británico, los modelos “producen un espectro de posibles escenarios” y “no son más que una mejora respecto a la bola de cristal”.
En fin, el político no puede esconderse tras el experto. El consejo de los científicos no puede sustituir el juicio político y el liderazgo. A los expertos corresponde valorar los datos y mostrar los posibles riesgos; a los políticos, asumir las responsabilidades políticas en función del conjunto de parámetros sanitarios, económicos y sociales.