“Iglesia debe renacer de las heridas causadas”
Del 21 al 24 de febrero pasados se reunieron los presidentes de las 114 Conferencias Episcopales del mundo, en un total de 190 altos jerarcas de la Iglesia con el papa Francisco en Roma, para desarrollar una cumbre sin precedentes, en torno al grave flagelo de los abusos de menores y de personas puestas en incapacidad de resistir. Bajo el programa de “Tolerancia cero”, que ha querido desde hace seis años promover Francisco, la transparencia debe ser decisiva para devolverle la credibilidad a gran parte de la Iglesia y combatir con máxima seriedad esa “plaga”, que más que un problema exclusivo de la misma, es un problema, que como lo expresó el Pontífice, es “universal y transversal”, pues desafortunadamente se verifica no sólo al interior de esta Institución, sino en la familia, los colegios, los grupos pastorales y religiosos de otros credos (recordemos los grandes abusos en Pasto de un ministro evangélico, o en los monasterios budistas).
El momento más impactante de cada jornada fue la del testimonio de las víctimas con el cual concluía cada sesión, con el propósito de meditar sobre el escándalo y efectuar un mea culpa con las víctimas, reconociendo los errores del encubrimiento y de la falta de denuncia efectiva, tras haberse escondido los escándalos durante décadas.
Es cierto que se requiere la Cura pastoral de las familias y de las almas, para llevar un mensaje de esperanza y evitar la cultura del silencio y romper sus muros infranqueables. De ahí, que la jurisdicción canónica, reservada en casos de abusos solo a jueces eclesiásticos, deba, por recomendación del Papa, ampliarse a los jueces laicos, quienes únicamente conocen por ahora de causas de nulidad matrimonial. Así mismo, la acción de las autoridades penales de cada país va de la mano con las medidas disciplinarias que se tomen, dentro de la investigación, como en la sanción o absolución del implicado.
La periodista mexicana Valeria Azraki, quien lleva 40 años asistiendo a los viajes papales, dijo que “cuanto más encubran, cuanto más sean como avestruces, cuanto menos informen a los medios, más grande será el escándalo”. Eso me hace pensar que detrás del silencio ante abusos, hay miedo al escándalo, pero también hay corrupción por el silencio cómplice, ante lo cual, es necesario redefinir la confidencialidad y el secreto pontificio, como lo señaló el cardenal Marx.
La prioridad son las víctimas, razón por la cual, la cumbre ha recomendado combatir al actitud defensiva-reaccionaria de salvaguardia de la Institución eclesial y ésta no debe cansarse de hacer todo lo necesario para adelantar las acciones legales pertinentes, ni dedicarse a encubrir o subestimar ningún caso, ya que se ha dicho que “Se necesita imponer un renovado y perenne empeño hacia la santidad de los pastores, cuya configuración con Cristo Buen Pastor es un derecho del pueblo de Dios”. Un camino importante en la ruta de ocho puntos hacia la posible solución de la crisis, está en revisar el equilibrado camino de formación de los candidatos al sacerdocio, para que sean orientados a contemplar la virtud de la castidad; reafirmarse la exigencia de la unidad de los obispos en la aplicación de parámetros que tengan valor de normas y no solo de orientación; imponer la escucha de las víctimas y evitar –particularmente en los obispos- el egoísmo, la distancia y el “no me corresponde”. Finalmente, tener en cuenta a los medios de comunicación evitar las “fake news” que afecten los procesos y, en octavo lugar, reforzar la atención pastoral de las personas explotadas por el turismo sexual.
La iglesia debe renacer de las heridas causadas y, como lo dijo el citado cardenal Marx, se debe imponer el “No al secretismo”.