

Lo que parecía un encuentro floral entre el gobernante de Estados Unidos Donald Trump y el ucraniano Vladimir Zelenski derivó en un sorpresivo ajuste de cuentas que vieron por la televisión y las redes millones de seres desde casi todas las regiones del planeta. Espectáculo sin antecedentes.
Previamente, se había conocido que se trataría de una reunión en el salón oval de la Casa Blanca para acordar el asunto de algunos minerales de Ucrania, que tienen notable importancia para las nuevas tecnologías, los cuales se negociarán con ese país europeo como parte de pago a la multimillonaria ayuda estadounidense que les ha permitido en gran medida librar la guerra contra Rusia. Como recuerda Henry Kissinger, en su famosa obra Diplomacia, se dan casos como los de Gran Bretaña en favor de ayudar a Alemania, con cierta semejanza al de Estados Unidos a favor de Yeltsin, con el peligro que el “éxito” a largo plazo favorece a los adversarios históricos. Riesgo casi que inevitable y que se corre siempre en esos casos. En este duelo entre las dos naciones europeas se dan algunas diferencias, en cuanto se trata de parar una guerra que lleva ya más de tres años y que podría terminar con una Ucrania destruida hasta los cimientos.
En esas cumbres que menciona Kissinger, las negociaciones se adelantan siguiendo los protocolos clásicos de la diplomacia, no así en la efectuada en la Casa Blanca, quizá por cuanto el gobernante ucraniano había comunicado que viajaba para celebrar el negocio de los minerales estratégicos, lo que dejaba suponer que había acuerdo previo a los graves temas diplomáticos a tratar o que se abocaría en otra oportunidad. Para algunos observadores sagaces, pese a que el gobernante ucraniano aparentaba cierta tranquilidad, en realidad pareciera que esperaba manejar a Trump, como había hecho con Biden, así que se saltó el protocolo con un sartal de adjetivos que electriza de manera negativa la cumbre, induciendo al vicepresidente de Estados Unidos a recriminarle por no ser agradecido. Quizá, Zelenski, estaba enviando un mensaje a los suyos, que son los que sufren las terribles consecuencias de la guerra, lo que tampoco le permite mostrarse indiferente con la potencia que le ha brindado apoyo tan decisivo y sin el cual habría sucumbido hace tiempo. Mucho menos, se entiende su actitud cuando sabía que el encuentro estaba siendo transmitido por la televisión y el pueblo de Estados Unidos lo seguía con atención. Más cuando la obsesión de Trump ha sido acabar con esa guerra que de carambola podría conducir a una tercera guerra mundial, como lanzó en dardo a la cara a su homólogo europeo.
Por supuesto, el anterior choque de voluntades no ha debido darse en público y mucho menos en una cumbre de tanta trascendencia. Los jefes de Estado se reúnen cuando ya está acordado el tema de fondo y no cuando está a medias o una de las partes se aparta del guion. En estos momentos los diplomáticos de ambas partes y de países amigos deben estar trabajando para enmendar los errores y limar asperezas. Trump, en medio de la trifulca, le recordó a su invitado que la cita era para llegar a un acuerdo y no para agravar el malestar que suelen fomentar ciertos temas en toda negociación.
Luego, se da pública culminación al encuentro y el invitado sale de la Casa Blanca con las manos vacías. Un final dramático, inesperado y que deja estupefacta a la audiencia. En el fondo nadie sensato quiere que siga la guerra en Ucrania y menos que derive en un conflicto mundial. Todos estamos por la paz y el entendimiento en Europa y el resto del mundo. Posteriormente, Zelenski, da las gracias a los Estados Unidos por su ayuda y generosidad, cuando ese habría sido el comienzo de una reunión más cordial. Es de esperar que este episodio contribuya a rescatar el papel trascendental de los diplomáticos para avanzar en las negociaciones y llegar a acuerdos que después se dan a conocer en público.
La diplomacia, que no es otra cosa que la política sutil y tradicional, debe ser rescatada y revitalizada en las negociaciones internacionales para no exponer a la población de los países interesados a tomar partido en contra de los acuerdos, en donde las partes suelen hacer concesiones.