Después del esfuerzo de siglos por conformar el Estado, con separación de las ramas del poder, participación democrática e incorporación de avances tecnológicos, en el mundo existe una gran crisis institucional. La fragilidad de la democracia pone a prueba la civilización y la cultura. No basta con la celebración de elecciones para que los gobiernos elegidos acierten en sus decisiones y simplista ubicarlos dentro de la derecha o la izquierda porque en ambos casos se aprecian fracasos en diferentes lugares del planeta.
En Colombia no nos hallamos frente el debilitamiento del gobierno, sino del Estado, en medio de acusaciones entre sus propios integrantes por la posible comisión de delitos aún sin esclarecer. Los elementos que lo integran -pueblo, territorio y poder- alteran su significado con la modificación del concepto de moral, la corrupción, la pérdida de soberanía, la decadencia ideológica, el populismo y la demagogia.
La perdida de autoridad ocasiona inseguridad, violación de derechos fundamentales. La derretida del Estado no parará con la convocatoria de asambleas constituyentes, de referendos, se requiere el respeto por lo consignado en la Constitución y las leyes, un liderazgo positivo, no aumentar incertidumbre con la presentación a granel de proyectos que en lugar de solucionar problemas profundizan los actuales, llenos de vicios de forma y de fondo dando lugar a demandas en trámite ante la Corte Constitucional.
Entregar al Estado en crisis el futuro de la salud, del empleo, de las pensiones, de servicios, carece de sindéresis así reconozcamos fallas dentro del actual esquema administrativo y controvertir a otras ramas del poder, a la procuraduría y fiscalía, conduce a ahondar la crisis. La falta de transparencia en el proceso público produce estrés colectivo.
Los índices desfavorables en referencia a la gestión gubernamental reflejados en las encuestas son inocultables e impulsar manifestaciones con presencia del presidente de la República y participación de altos funcionarios respaldándose figura jamás vista con anterioridad. Los pronunciamientos respecto de la prensa y los medios de comunicación afectan la libertad de expresión, las noticias publicadas en el exterior son múltiples y la mala imagen del país crece.
En las circunstancias presentes la utilización de lenguaje inapropiado, ataques sin fundamento a quienes disientan de programas, calificar de enemigos a los dirigentes de oposición, solicitar renuncias a funcionarios permanentemente o destituirlos de improviso son síntomas inequívocos de inestabilidad y descaecimiento de un gobierno, parece como si desde el interior fueran los integrantes del equipo que acompañó al candidato en la campaña electoral estuvieran minando el andamiaje estatal, se observan incoherencias y contradicciones todos los días.
A los jefes corresponde alejarse del clientelismo, organizar la actividad política base de la vida comunitaria en un planeta recalentado y en un país que si bien necesita reemplazar la utilización de energías contaminantes debe hacerlo en forma progresiva, sin salto al vacío.
La situación de improvisación, inestabilidad y pugna no augura nada bueno. Ninguna Nación soporta tanta zozobra, porque ello linda con la anarquía. Preocupante que el Estado se esté fundiendo.