Sería una verdadera dicha que cada persona, al despertar en la mañana, pudiera sentirse plena de fuerzas y energías, lo mismo que de alegría, para emprender su jornada diaria. Pero no siempre es así. Todavía nuestra sociedad es muy dura para la mayoría de la gente. Todo es áspero y perturba el ánimo. Millones se suben a unos medios de transporte inhumanos, otros se ponen en filas interminables de automóviles que apenas si se mueven; demasiados trabajan largamente por muy pocos pesos.
Quizás también sean excesivas las personas que hoy están envueltas en soledades aplastantes. Multitudes de jóvenes ven el futuro con aire bastante incierto. Y personas mayores no saben muy bien qué tan amable será el final de sus vidas. Y aún los poderosos de este mundito colombiano viven medio encapsulados para no respirar el oxígeno del común de los mortales.
En este panorama, sembrar esperanza fundamentada no es tan fácil. El ambiente es escéptico. Se ha difundido una sensación de que es bastante improbable que la vida sea mejor y que la consigna no es otra que sobrevivir teniendo una piel y un corazón duros. Las palabras no calan ya mucho, pues los hechos son frecuentemente sus mejores pruebas en contrario. Y aunque ha crecido notoriamente una especie de actividad, digamos espiritual, en el fondo las personas sienten que todo eso apenas representa un alivio pasajero a condiciones de vida complejas y hasta crueles. Al mismo tiempo, este paisaje existencial ha llevado a no pocos a buscar felicidades momentáneas en experiencias que, una vez se detienen, sumergen en grandes tristezas y malestares.
Los discursos más públicos de nuestra época tratan de sembrar esperanza en nuevas formas de vida, a veces, haciendo de lo antiguo un cúmulo de escombros para construir sobre ellos. Pero no se ve a la gente ni más feliz ni más esperanzada, en general. En cambio, sí se da una sensación de que las realidades más valiosas de la vida han sido opacadas injustamente, que lo natural tiende a ser desconocido y que los vínculos que han tejido la red sobre la cual se ha sostenido más o menos bien la vida de las personas a lo largo de la historia, viene siendo cortada arbitrariamente.
Todo esto se convierte en un reto muy arduo, pero también muy interesante para quienes creemos que hay palabras y acciones, que sí pueden generar esperanza y alegría perdurables en la vida humana. El primer paso siempre será vencer la timidez a la hora de hablar y actuar pues hombres y mujeres alimentamos el alma con hechos y palabras que nos creen armonía con nuestro Creador, con la propia naturaleza humana y con toda la creación que nos soporta y rodea. En un panorama más bien seco y rocoso, se impone sembrar flores en el desierto de la vida contemporánea.