A propósito de la presencia en Colombia de Irene Vallejo y sus inspiradoras reflexiones, llama la atención su evocación de la hybris, concepto griego que alude al exceso, desmesura, soberbia, transgresión u orgullo que atraen un castigo o némesis y que se asocia a la tragedia. Concepto que ella aborda desde el tópico literario, pero que en años recientes se ha trasladado al análisis del ejercicio del poder en el que se muestra una tendencia a la omnipotencia, a la toma de decisiones erróneas, basadas en ideas preconcebidas y una pérdida de perspectiva y del sentido de la realidad.
Así Lord David Owen, exsecretario de relaciones exteriores del Reino Unido, teorizó lo que denominó el síndrome de hybris, e identificó los síntomas conductuales que aumentan en intensidad, de manera típica, conforme aumenta la permanencia de los gobernantes en el poder.
Para dicho autor, bastan más de cuatro síntomas de la siguiente lista para considerar configurado ese síndrome: (1) una inclinación narcisista a ver el mundo, primordialmente, como un escenario en el que pueden ejercer su poder y buscar la gloria, y no como un lugar con problemas que requieren un planteamiento pragmático y no autorreferencial; (2) una predisposición a privilegiar acciones que den una buena imagen de ellos; (3) una preocupación desproporcionada por la imagen y la presentación; (4) una forma mesiánica de hablar de lo que están haciendo y una tendencia a la exaltación; (5) una identificación de sí mismos con el Estado hasta el punto de considerar idénticos los intereses y perspectivas de ambos; (6) una tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o utilizando el mayestático “nosotros”; (7) excesiva confianza en su propio juicio y desprecio del consejo y la crítica ajenos; (8) exagerada convicción -rayando en un sentimiento de omnipotencia- en lo que pueden conseguir personalmente; (9) la creencia de ser responsables no ante el tribunal terrenal de sus colegas o de la opinión pública, sino ante un tribunal mucho más alto: la Historia o Dios; (10) la creencia inamovible de que en ese juicio supremo serán absueltos; (11) inquietud, irreflexión e impulsividad; (12) pérdida de contacto con la realidad, a menudo unida a un progresivo aislamiento; (13) tendencia a permitir que su “visión amplia”, en especial su convicción de la rectitud moral de una línea de actuación, haga innecesario considerar otros aspectos de esta, tales como su viabilidad, su coste y la posibilidad de obtener resultados no deseados; es decir una obstinada negativa a aceptar que pueden equivocarse; (14) un consiguiente tipo de incompetencia para ejecutar esas políticas por el exceso de confianza y por no tomarse la molestia de preocuparse por los aspectos prácticos de una directriz.
Qué bueno sería que cualquiera que ejerza poder y en general todos nuestros líderes, sin distingo de partido, fueran capaces de identificar los síntomas aludidos y pudieran corregirlos para reconducir el rumbo. Urge en todo caso que quienes nos gobiernan actualmente intenten hacerlo. La amplitud y diversidad de las marchas del día domingo en buena parte del país, es un llamado claro y contundente en este sentido que debería ser escuchado a tiempo.
@wzcsg