Detrás de las mil luces que parecen hacer brillar la vida de los jóvenes hoy en día, convirtiéndolos, creo yo, en el segmento de población más importante, hay también muchas historias difíciles. En verdad la juventud actual es en muchos aspectos la ficha que muchos sistemas dominan a su antojo para los fines más nobles y también para los más oscuros. Por eso no es extraño que hoy exista al mismo tiempo como un desencanto generalizado entre los mismos jóvenes, y estén surgiendo movimientos de entre ellos mismos que apuntan a darse una alternativa, así sea parcial, en varios aspectos de su vida. Ya no son las turbamultas de los años 60 y 70. Pocos piensan en la opción política y cada vez hay menos tirapiedras. Está surgiendo como una tendencia a buscar luz, agua, paz en lo espiritual.
En Bogotá, por ejemplo, en los últimos años, quizás cinco o menos, han ido surgiendo grupos de jóvenes en torno a sus parroquias y también supra-parroquiales, que están ofreciéndoles a quienes allí participan elementos muy interesantes para su vida personal, para su crecimiento espiritual, para la vida emocional y afectiva y para realizar trabajos de proyección social. Efettá, Jóvenes del Cenáculo, Santa Cruz, Iter, son algunos de los nombres que se han dado ellos mismos, inspirados en pasajes del Evangelio y en la propia fe cristiana y católica.
En las nuevas iglesias cristianas también hay una actividad intensa con la gente joven. ¿Qué hacen en esos grupos? Nada raro. Oran, escuchan conferencias espirituales y de vida, comparten experiencias y testimonios, conocen personas que tienen la misma visión de la vida y casi siempre realizan acciones de solidaridad como llevar alimento a habitantes de la calle, apoyar obras para niños o ancianos, etc. A la larga, estos grupos y encuentros semanales se les convierten a sus participantes como en oasis en los cuales pueden hallar un poco de paz, un ambiente para reflexionar, escuchar, comunicara, fraternizar.
Cuando una persona joven logra adentrarse en este tipo de actividades, lo dicen ellos mismos, sienten que se están liberando. ¿De qué? Del feroz espíritu de competencia, de cierto yugo del estudio que nunca termina, de la vida superficial y falsa tan en boga, del único plan de amigos en ambiente de alcohol y droga, de la soledad que con frecuencia hay en sus entornos familiares. Y no son ni fanáticos ni aburridos y mucho menos gente sin otras posibilidades. Son jóvenes que, como siempre ha sucedido, se dan cuenta a tiempo que a la vida hay que encontrarle sentido. En esta época de nuestra historia, la mana de agua tan buscada, tiene sabor espiritual.