Quedaron inicialmente confeccionadas las listas al Congreso y los candidatos a las próximas elecciones presidenciales. Nada especial en los nombres, podría decirse que ahí están nuevamente las personas que garantizan la permanencia y posicionamiento electoral que requieren los partidos para subsistir.
En el tema de las elecciones presidenciales, nuevamente las estructuras de los partidos fueron reemplazadas por las alianzas, cada una de ellas aglutina una serie de precandidatos afines, que al final y en medio del pacto, buscan los mejores socios en su proyecto electoral y con ellos la mayor cantidad de votos que garanticen su llegada al poder.
En este ejercicio, los partidos hoy simplemente ayudan a empujar el carro pero no lo conducen, papel histórico al que fueron relegados. Esto al final no importará, siempre se reacomodan con la fuerza que dan las bancadas del legislativo.
Lo que realmente preocupa y denota un retroceso es el nulo posicionamiento de mujeres en el escenario presidencial. Basta ver los primeros debates o las encuestas que mensualmente se hacen sobre esto para notar que los nombres de las mujeres en esta ocasión no aparecieron en escena, desaprovechándose además la oportunidad de lucir los nuevos liderazgos femeninos que ya son reconocidos por muchos y que necesitaban sólo un empujón.
La causa de esta situación radica, en esencia, en la proliferación de salvadores unipersonales por encima de partidos fuertes. A eso nos ha llevado el sistema electoral, a creer que si no hay compromisos con los partidos antes de la elección no los va a haber después. Pero la sociedad se comporta de manera diferente ante cada elección, mientras que para las de congreso aparecen fuertes los partidos políticos y sus estructuras y al final logran las mayorías, para las elecciones para presidente por el contrario son los más débiles. Esto ocurre por la creencia generalizada, desde el año 2002, que al país no lo saca adelante un partido, lo endereza es un nombre.
Esta tendencia continúa, e incluso pareciera que se fortalece. Claro, al ser movimientos que se presentan por firmas no existen estructuras internas donde se pudieran abrir y establecer condiciones y reglas válidas para hacer respetar las oportunidades a las mujeres, de ahí que están seguro relegadas al momento de escoger las fórmulas vicepresidenciales en el mejor de los casos, o simplemente a ser compañía ocasional en las correrías de estos candidatos.
Basta presenciar las experiencias internacionales con mujeres en el poder para sentir un poco de amargura por no poder tener esa oportunidad. Los índices de popularidad de ellas al final de sus mandatos son un indicador claro de su capacidad y compromiso con las soluciones a los problemas de sus gentes; además su decisión y carácter siempre generan el orden y responsabilidad que se requieren para gobernar.
Hay que asegurarnos que en algún momento se abra esa puerta de una mujer en el poder, pues si algo tenemos nosotras, es que podemos dejar que muchas decisiones importantes las tome el corazón, pero nunca el azar.