Me encanta el Sol: sentir su calor que me abraza y saber que cuando como algún alimento lo he llevado a mi boca gracias al astro rey. Sin embargo, no me conformo con su luz.
La energía del Sol nos permite la vida en este planeta. Cuando evocamos el aroma de las flores, bien sea una perfumada rosa o un lirio que nos deleita con su olor, así como cuando nos maravillamos de su belleza, la del ave del paraíso o alguna orquídea, está detrás de ese esplendor cada rayo solar que ha permitido la fotosíntesis en las plantas. En los lugares en que hay estaciones, la llegada de la primavera es todo un acontecimiento, pues el calor ha derretido el hielo de manera que las semillas pueden brotar y los bulbos florecer. En los sitios más cercanos al Ecuador tenemos la posibilidad de ver flores todo el año, por la posición de la zona tórrida que varía muy poco durante el año con relación al Sol. También es delicioso broncearse y pasar momentos maravillosos en una playa, piscina o terraza. Tal vez lleguen a su mente algunos de esos momentos y se dibuje una sonrisa en su rostro. Pero el exceso de rayos solares puede causar la muerte.
La luz del Sol es menor. En realidad, la estrella central de nuestro sistema es bastante modesta, situada -por cierto- en una galaxia diminuta, la Vía Láctea, en los confines de los multiversos, bastante lejos del centro. Habitar la periferia no es solamente vivir en los cinturones de miseria de las grandes ciudades o en lo que antes llamábamos los extramuros, cuando los asentamientos urbanos precisaban murallas para su defensa.
Realmente nuestro planeta está en la periferia. Desde aquí emprendemos el eterno viaje de la consciencia, que empezamos en pequeño, de adentro hacia afuera. En ese camino no estamos solos: siempre tenemos la presencia de Dios en nosotros, como una llama que nos alumbra desde adentro. Si cerramos los ojos y respiramos conscientemente, la podemos sentir. Es algo que va más allá de la teoría. Hace algo así como veinticinco años, mi acompañante espiritual, la Hna. Clara Delpín, me preguntó si yo había sentido a Dios. Para mí Dios era una idea solamente, pero gracias a la pregunta amorosa y la guía de Clara empecé a sentirlo, dentro de mí. Sí, somos verdaderamente templos del Espíritu.
Hay una Luz ilimitada que nos acompaña todo el tiempo: es la Luz mayor, la Ain Soph Or, si la nombramos en hebreo. A esa Luz tenemos acceso en la medida en que nos amamos incondicionalmente, soltamos los juicios, agradecemos por todo, vibramos bonito. Esa Luz mayor es nuestro verdadero destino…