Muchas culturas se han autodenominado hijas del Sol. Esa metáfora es cierta en tanto metáfora, pues nuestra estrella central está lejos de ser la fuente suprema de energía.
Somos hijos e hijas de una Luz mayor, a la que también podemos llamar Fuente, que es el mismo Dios, quien se manifiesta como Luz, Amor y Consciencia. Cuando diferentes tradiciones de sabiduría y religiones nos plantean que Dios es amor están revelando su naturaleza. Es por ello que el amor es mucho más que una emoción o un pensamiento. Esa Luz mayor, que es Amor, es la que nos permite en nuestra cotidianidad sentir amor, en minúscula, por nuestros seres queridos.
En esta cuarentena han sido muchos los abrazos presenciales que hemos dejado de dar: ¿quién llega a su mente cuando hablamos de abrazos y caricias pendientes? ¡Ojalá ya haya abrazado o abrace pronto a quienes ama, pues esa es una manifestación de la Luz mayor! Como no todo el tiempo somos conscientes de ella, necesitamos pedir guía y abrir no solo el corazón sino la cabeza, para ampliar nuestras comprensiones sobre la Divinidad.
¿Cuándo nos alejamos de la Luz mayor? Cuando nos autocastigamos y nos olvidamos de nosotros mismos. Si hace rato no se abraza, le invito a que lo haga ahora, en este mismo momento. Recorra su rostro con la misma ternura con la que acaricia a un niño, abrácese como nunca antes lo ha hecho, en total incondicionalidad, con sus logros y fracasos, sus errores y aprendizajes, lo que le gusta de usted mismo y aquello que no.
Ese amor sin condiciones es una expresión concreta de la Luz mayor. En la medida en que amamos así, sin requisitos, a nuestros seres queridos, nos convertimos en vehículos para que la Luz mayor obre en nosotros y los otros. Cuando no juzgamos -tarea muy difícil y también posible- vibramos en esa frecuencia elevada de la Luz mayor. Diariamente ocurre un sinnúmero de situaciones que no molestan y nos parecen aberrantes pues implican sufrimiento. Creo firmemente que hacemos más no juzgando y mirando qué de eso que no nos gusta aún tenemos y resolverlo. Pero, esto requiere expandir nuestra consciencia, con minúscula.
La Consciencia, con mayúscula, nos ayuda a ampliar nuestra consciencia limitada. Ello también es una manifestación de esa Luz mayor, que está presente siempre, aunque no seamos capaces de reconocerla. Hemos atravesado momentos de oscuridad, posiblemente los atravesemos ahora. Más allá de las sombras evidentes, está esa Luz mayor. Podemos confiar en ella, desde una fe activa, traducida en acciones conscientes y amorosas. La tarea no es sencilla, pues se nos atraviesa el ego. A él también lo podemos iluminar con la Luz mayor.