Tradicionalmente, nuestros padres y abuelos nos bendicen cada día, cuando salimos al trabajo o cuando emprendemos algún proyecto. Nuestros ritos iniciáticos, como el bautismo o el matrimonio, son bendiciones para iniciar nuevos caminos. ¡Ojalá lo sigamos haciendo!
Al bendecirnos mutuamente estamos reconociendo la existencia de Dios, como quiera que lo comprendamos, sea cual sea el nombre con el que le llamemos. Y también reconocemos que Dios es Luz, es Amor y es Consciencia. Bendecirnos a nosotros mismos y bendecir a otros conlleva sabernos herederos de esa Luz Mayor, así como disponernos a ser guiados por ella. Ah, pero muchas veces se nos atraviesan nuestros egos, se nos olvida la conexión que mantenemos con la Divinidad y decidimos hacer nuestra voluntad. Eso mismo fue lo que ocurrió con la caída de los ángeles, narrada por diferentes tradiciones sagradas de sabiduría: decidieron hacer su voluntad.
Valga decir que el ego no es ningún enemigo, sino la protección de nuestra esencia, que fue fundamental para nuestra individuación en la primera infancia. Pero, ocurre que nuestros egos no integrados -sino navegantes a la deriva de nuestras vidas- son una trampa para la evolución. Por ello, precisamos reconocer nuestros egos, para integrarlos y trascenderlos, a fin de reconocer no solo nuestras sombras, sino también nuestras luces.
Me ha ocurrido muchas veces que pierdo la consciencia de conexión con la Fuente. Eso es diferente a quedar desconectado, pues en realidad jamás estamos separados de nuestro Ser Superior. Cuando se me olvida momentáneamente mi conexión, puedo enredarme en hacer mi voluntad y no la voluntad divina. No es gratuito que la oración del Padre Nuestro tan explícitamente pida “hágase tu voluntad, en la Tierra como en los cielos”. ¿Qué significa hacer la voluntad de Dios? Estar alineados con la Luz, la Consciencia y el Amor mayores.
Entonces, bendecirnos implica que la Luz mayor vaya por delante de nuestros pasos, para ser iluminados en el camino. Creo que necesitamos esa Luz para vernos realmente los unos a los otros, para no quedarnos en las críticas feroces o en las estéticas excluyentes, sino poder avanzar a la compasión y al reconocimiento de la belleza en el otro, en todo. Invocar la Luz mayor nos permite, en efecto, poder hacer discernimiento en nuestras acciones, emociones y pensamientos.
Dentro de mi rutina de oración y meditación incluyo el canto del Beshem Ha Shem hebreo, el sagrado nombre del Nombre –del Eterno–, en el cual se invoca la luz de Uriel, por delante de nosotros (U-milfanai Uri-el). Ur significa Luz. Tener consciencia de esa Luz y pedir que vaya por delante de nosotros nos permite actuar desde el Amor, la Luz y la Consciencia. ¡Que así sea!
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