Por lo visto, la mayoría de personas corruptas son hombres. Noticia nada nueva, pero no por ello menos desconsoladora. Sin embargo, en la mayoría de los casos, los corruptos tienen conformados hogares, o sea, tienen señora e hijos y, a veces, señoras y más hijos. ¿Dónde andaban estas personas mientras su esposo y padre se llenaba los bolsillos con el dinero ajeno? ¿No les extrañó que pasaran del sencillo Twingo al deslumbrante Mercedes Benz? ¿No les pareció como raro que evolucionaran del paseo a Cafam Melgar a las cinco estrellas en Cartagena, Miami o Madrid? ¿Y no se sintieron medio extraños al cambiar de un barrio surcado por transmilenios y “eseitepes” a uno poblado de camionetas 4x4, vidrios polarizados, guardaespaldas y otras extravagancias?
¿Les cabe una responsabilidad a las esposas e hijos adultos de los corruptos en la hecatombe moral del país? Hay una preocupación por empoderar a las mujeres en todo sentido y eso es lo más obvio y natural (aunque Claudia Palacios cree que no sirven sino ¡para abortar!). ¿Y no haría falta también potenciarlas moral y éticamente, comenzando en sus propios hogares? Si, como se dice, detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, podríamos pensar que detrás de un gran corrupto, por lo menos hay una mujer demasiado callada. Entre los muchos campos donde la mujer tiene el deber de hacerse más fuerte está sin duda el ético y moral. No sería nuevo ese papel. Lo desempeñaron en muchas épocas con tino, fuerza y perseverancia, para bien de sus esposos, de las comunidades y de las naciones.
Estamos viendo que la mujer está poblando todas las áreas de la vida social, política, económica y ahora, recientemente, la vida jurídica de la nación. Excelente. Pero Dios quiera que no vayan a hacer las mismas cosas que hacemos, a veces, los hombres, cuando se nubla nuestra razón y se opaca el corazón. Y ese hacer ético y moral, qué le vamos a hacer, se inicia en la casa, dando luces, poniendo orden, parando el macho a su esposo y a sus hijos. Una mujer con los pantalones bien puestos puede salvar al más desastroso de los hombres porque, amándolo, y éste temiendo perderla, lo puede orientar y hasta asustar. Pero si la mujer cae en las garras de la vida que nunca tuvo y cierra mente y corazón para darse cuenta de que el diablo se está metiendo en su casa, la pelea está perdida.
¿A quién le temen los corruptos colombianos? ¿A procuradurías, contralorías, fiscalías, a los periodistas, al gobierno, a la policía, al ejército? No les hacen ni cosquillas. Pero un hombre mediocre, al cual se le ponga de frente una mujer que quiere y que además es de hierro en sus comportamientos y principios, tiene muchas posibilidades de no pasar las líneas prohibidas y de no terminar como un paria de la sociedad. Entonces, habría que gritar como en la batalla decisiva: “Mujer, salve usted la patria…y a su marido”.