Escribir sobre la Navidad siempre es un desafío; no repetir lo que ya todos hemos leído, y sin embargo no despreciar las enseñanzas, el contenido de un símbolo que en general nos une a todos en torno a cosas buenas, que significa futuro y esperanza. Sin embargo, hay que advertir que el pesebre de Belén, precede en forma apenas perceptible el suplicio que deberá luego sufrir Jesús, para convertirse en el Cristo redentor. Esta es la paradoja más intensa y sobre la cual reflexionamos menos. Siempre notamos el contraste entre la humildad del nacimiento, con la gloria de Dios todopoderoso; del milagro que vive la Virgen María con la sencillez de su trasegar hacia Belén. Siempre la fe inquebrantable de José, en una época con tantos prejuicios.
El dolor que se presiente en el festivo nacimiento del Niño Dios, apenas perceptible, apenas visible, y sin embargo se distingue como el inexorable destino. Pareciera el anuncio de que todo lo bello alberga al mismo tiempo la tristeza, como dijera el poeta, “la tristeza es el alma de las cosas, por eso nos parecen tanto más tristes cuanto más bellas”. La Navidad es para muchos un momento nostálgico, y creo que puede tener que ver con esa espina ya presente en el pesebre cuya extrema belleza, es la premonición del pesar de la pasión y muerte de aquel que apenas nace.
Así mismo, la Pasión y muerte de Cristo es solamente el preámbulo de la sublime Resurrección. En muchos sentidos, el dolor y el sufrimiento preparan para lo bueno. Albergan las enseñanzas, los tropiezos y la fuerza para levantarse. Siempre he pensado que el sufrimiento no se opone a la felicidad. La vida de Jesús, quién fuera tal vez el más feliz de los mortales, a pesar de sus dolorosas circunstancias. La parábola vital de Cristo es la celebración de la existencia, que no aspira a la eliminación del dolor, sino que es capaz de vivir en la felicidad aceptando la vida como viene, como es: difícil, a veces adversa, otras dulce, pero al fin y al cabo totalmente viva.
Pienso en eso cuando contemplo las dificultades de nuestro país; con la ilusión de lo que vendrá. Así lo espero, lo deseo. Trataré también de no ser leve en la formulación de mis deseos para Colombia y los colombianos. Incluir en ellos la apertura necesaria para incluir a todos, al mismo tiempo la precisión que permita avizorar los cambios. Los deseos hoy más que nunca son los del sosiego que permita consensos. El silencio que permita escuchar, y la humildad para recibir el mensaje y tratar, en todo el sentido de la palabra, de empatizar. Sentirnos, pues, unidos por un proyecto común, un pasado común. Donde podamos reconocer en lo que hemos vivido como parte del camino. Poder mirar hacia atrás y sentir orgullo como país de lo que hemos conquistado; y tener certeza y mínimos acuerdos sobre el camino que recorreremos hacia el futuro.
El perdón de Dios tiene mucho que ver con la posibilidad de eliminar el rencor, y empezar cada día con ilusión. Dios que vive la vida del suplicio y es capaz de vivir feliz, Dios que nace para el sufrimiento, escogiendo nacer. Dios que muere para la Resurrección, que representa el perdón; que todo lo que sucede se supera en un ciclo sin fin. Feliz Navidad. Un estrecho abrazo para todos.