El respeto por la palabra empeñada parece resquebrajarse en varios episodios de la reciente vida nacional. Observemos algunos:
Todo parece indicar que el Gobierno va a prescindir de la refrendación política de los acuerdos renovados de La Habana. La decisión se entiende, pero no se comparte ni se conjuga con lo prometido previamente. Los compromisos políticos hay que cumplirlos y más cuando son del Presidente de la República y con el pueblo colombiano. Una de las razones parece ser que el umbral del 13% solo se podría aplicar por una sola vez y ello ya ocurrió; no hay tiempo de modificar la ley y de citar a un nuevo plebiscito, necesitaría para ser aprobado, el 50% del censo electoral, lo que resulta imposible a todo análisis.
Decir que la refrendación será en el Congreso, es por lo menos una falta de elegancia con la democracia. Todos sabemos que el Congreso está gobernado por la Unidad Nacional controlada por el poder ejecutivo; que de refrendación no tiene nada, es un mero comité de aplausos a las políticas gubernamentales.
Sería mejor decir de frente que ya no hay tiempo para la refrendación popular, que por tanto se desiste del compromiso político. Esto sería más elegante. El Congreso además no tiene la facultad de refrendar este tipo de acuerdos; no se observa en las funciones que la señala la Constitución y poner a los señores Congresistas a decir algo distinto a sus funciones es ponerlos a prevaricar. El Congreso está hecho para implementar las reformas que el sistema jurídico precise para dar espacio a los acuerdos.
A propósito de trinos, no salió bien al embajador de Colombia en USA revelarse contra una sentencia en firme de la Honorable Corte Suprema de Justicia, así la causa familiar del condenado despierte conmiseración. El Gobierno y sus agentes en el exterior, tienen el deber de velar por el cumplimiento de las sentencias de los jueces de Colombia y de tramitar y lograr la extradición de los fugados, así toque presionar para poder cumplirlo. Cuando no gustamos de las sentencias hay que recurrirlas; si no nos gusta la pena, hay que cambiar la ley; pero la sentencia en firme hay que cumplirla. Es la palabra empeñada cuando se jura cumplir con la Constitución y las leyes de la República.
Y ahora, vuelve a quedar la palabra empeñada en entredicho. Con los primeros acuerdos de La Habana escuchamos del jefe negociador que eran inmodificables y que eran lo mejor que había podido lograrse. Luego del triunfo del “No” al plebiscito, vinieron los renovados acuerdos a demostrar que si eran mudadizos, a pesar de lo dicho. Con los acuerdos renovados, nuevamente se predica por el mismo jefe negociador que ya hay un punto final y que no se puede volver a negociar. Aparecen los militares protestando por temas que no son de su agrado en los nuevos acuerdos y el Gobierno sale a decir que hay que revisar los inmutables acuerdos.
En qué quedamos, ¿Son modificables o no?