Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que Colombia a lo largo de su historia ha sido tierra fértil para el caudillismo. Desde Bolívar y Santander pasando por Mosquera y José Hilario, más tarde Rafael Reyes luego Olaya, Gaitán, Laureano y Mariano. Y en las últimas dos décadas la figura omnipresente y omnipotente de Álvaro Uribe Vélez. Hoy nuestro gran elector.
Dueño de una voluntad de hierro y de una espartana disciplina, ha sabido copar todos los espacios del escenario político nacional. Creador de un partido monolíticamente dispuesto a seguir todas sus consignas, su figura no admite par ni en el parlamento ni en la vida nacional. Solo él pudo venir del más provinciano anonimato a la primera fila del protagonismo político.
Hoy es el árbitro supremo y en esta función ha decidido señalar a un joven bisoño pero ambicioso y ha decidido entregarle las llaves de la Casa de Nariño. Se trata de Iván Duque Márquez, un bogotano de origen antioqueño que en muy poco tiempo ha logrado un protagonismo singular. Desde luego ha sido, desde siempre el ungido de un Uribe que ejerce su liderazgo reclamando una obediencia castrense a sus acólitos. Y como solo sabe mandar y los suyos obedecer, ha convertido el territorio político nacional en un campo minado. Y en medio se encuentra el aspirante.
¿Cómo será entonces su gobierno, que iniciará funciones el 7 de agosto? Guillermo León Valencia solía decirnos que nadie sabe la dimensión del poder hasta que se sienta en la silla presidencial. Duque está próximo a sentarse. ¿Hasta dónde Uribe guardará respetuosa distancia? Si Uribe fuera inteligente, y lo es en grado superlativo, debería dedicarse a consolidar las sinergias del poder, para poder perdurar en el tiempo.
Es una oportunidad histórica no solo para el uribismo sino también para el conservatismo que debería buscar una reingeniería que lo modernice y le de poder determinante como socio de una coalición de gobierno. Esa reingeniería no es otra cosa que unos claros límites éticos a la desbordada corrupción que campea en los poderes públicos.
Volviendo a Iván Duque y deseándole la mejor de las suertes, estamos convencidos que independientemente de su mentor, él es un formidable adalid electoral que venció y convenció en tres consecutivos escrutinios electorales y se apañó como propios cuatro millones de votos que no forman parte del capital uribista, sino de su comportamiento societario con otras fuerzas políticas.
Adenda:
Son tiempos para hablar de futbol y seguir soñando con las posibilidades de nuestra selección. Sin embargo debemos ser realistas y darnos por enterado de las falencias que tiene nuestro equipo en su conjunto. Una o dos golondrinas no hacen verano y no creemos que James o Falcao puedan suplir esas fallas y colocarse de igual a igual con grandes equipos como son Brasil, Alemania y la Gran Bretaña, pero como en el caso de nuestro presidente electo, solo queda rezar y encomendarnos al Altísimo.