En reciente entrevista, un periodista de verdad, es decir, de aquellos que sí salen al terreno y no trabajan frente a una pantalla, Mauricio Gómez, afirmaba que sus recorridos le han permitido ver que en Colombia la pobreza sigue siendo gigantesca. El Arzobispo de Bogotá, Cardenal Rubén Salazar, acaba de crear catorce nuevas parroquias en el sector de Ciudad Bolívar, al sur de la ciudad, para llevar aliento a unos barrios y comunidades en los cuales también la miseria es escandalosa. Estas dos personas, ambas con un contacto de a pie con la realidad, nos llevan a dudar mucho de las estadísticas con las cuales cíclicamente se nos comunica que la pobreza en Colombia está ya casi por desaparecer. No es cierto. En algo se ha reducido pero sigue habiendo gente muy vaciada.
Hemos perdido mucho tiempo buscando culpables de la situación. Parece imponerse más bien la necesidad de ser más prácticos e inteligentes a la hora de construir medios para que los pobres más pobres de nuestra sociedad encuentren esperanza en sus vidas. Se han hecho esfuerzos grandes en acercar la educación gratuita y de alcance global; los servicios públicos son muy baratos en barrios pobres; en muchas instituciones se da alimento a niños y jóvenes. Todo esto es loable, sin lugar a dudas. Pero muchos adultos en edad productiva ganan muy poco, sus ingresos son cosa que apenas si resiste un par de semanas y, por tanto, ahorrar es algo así como una quimera. Incluso personas que han recibido viviendas regaladas, después tienen serios problemas para sostenerse en ellas.
En estos días se está hablando en grandes empresas de la distribución billonaria de dividendos. Me pregunto en cuántos bolsillos quedan estos réditos. Presumo que en muy pocos. Y entonces el dinero coge cada vez más y con más fuerza hacia donde ya hay mucho dinero y se crea así un círculo de desesperanza para las mayorías. Ojalá yo esté equivocado, pero no creo. Quisiera uno tener palabras convincentes para que los medianos y grandes poseedores de fortuna económica se inclinaran más naturalmente a retornar parte de sus ganancias a través de muchas iniciativas que, con el trabajo, le permitan a muchísimos colombianos tener plata en el bolsillo simplemente para vivir decentemente. No creo que el camino sea regalar, pero tampoco atesorar infinitamente.
En los grandes cambios sociales también cuenta la iniciativa generosa y espontánea de los más acaudalados para que sus bienes sean fuente de nuevos trabajos bien pagos para los pobres. Otros caminos son los impuestos o las revoluciones que todo lo capturan. Pero son dolorosos. Que quede en el acta: en el tema de mejorar la vida de los pobres, estamos todavía muy, pero muy quedados.