Como cada semana, nuevamente el gobierno de Gustavo Petro maneja la agenda de conversación nacional. No solo sus amenazas al Estado de Derecho y la sensación permanente de caos, sino todo tipo de tragicómicos dislates concentran la atención de millones de colombianos, sembrando un ambiente de desilusión, desesperanza y derrotismo permanente.
No hay reunión con colegas, almuerzo familiar o conversación social ocasional que no termine con la alarmante pregunta ¿Y ya no hay nada para hacer?, pasando obviamente y variando según el nivel de holgura económica, por expresiones que van desde ¿Nos va a tocar irnos?, ¡Yo ya saqué todo!, ¡Los hijos se van a estudiar y que no regresen!, hasta ¿entonces no van a seguir atendiendo a mi mamá con sus quimios?, ¿Y todo lo que ahorré trabajando lo voy a perder?, ¿Y hasta cuándo mis hijos no van a poder tener clases?, o, Yo me fui de Venezuela por esto. Desesperanza, solo desesperanza y desasosiego.
Y es que es apenas natural. Hoy no hay político o líder de opinión con cierta sensatez o sensibilidad democrática -y algo de conocimiento de la estrategia política- que no base su discurso en el pesimismo, el miedo y la desazón. Que la economía está mal, que la seguridad peor, que nos quedamos sin salud y pensiones, que hoy el M-19 se convirtió, gracias a un discurso inescrupuloso, por decir lo menos, en cuna de próceres de la Patria, que nos van a imponer la Constituyente por vías de hecho, que acabaron con el país, que se van a perpetuar en el gobierno.
El efecto, no es otro que una bola de nieve que cada día se robustece más y que va generando un estado anímico que disminuye la moral y el sentido de resistencia, golpea la confianza en las instituciones y difumina la percepción de la valía propia en tanto actores que podemos contribuir con proteger la democracia y la libertad.
Como bien lo esbozaba Carl Jung en "The Undiscovered Self" haciendo una aproximación a la psicología de las masas, la sensación emocional colectiva se alimenta de símbolos y presiones que terminan, desde el inconsciente colectivo, alienando al individuo. En esa pérdida de individualidad del ser humano se combustiona el conformismo, la sensación de pérdida, la desconexión espiritual y el acallamiento del sentido de transgresión intelectual que finalmente apalanca los cuestionamientos al régimen que da origen a todo este entramado. En palabras más sencillas: esta sensación colectiva de desesperanza, a la que estamos siendo llevados como masa, desemboca en la apatía y el abatimiento que impide cualquier posibilidad de resistencia y, por tanto, de triunfo.
De esto se trata todo. Del triunfo. Del triunfo de la democracia sobre la autocracia, de la libertad sobre la esclavitud, del activismo sobre la opresión, y sin más eufemismos, del bien sobre el mal. Pero para lograr ese triunfo nos necesitamos vibrantes, activos, combatientes, y esperanzados y allí hay una responsabilidad inmensa de quiénes lideran la opinión y logran movilizar las grandes convulsiones sociales. Necesitamos ideas de cambio y esperanza que movilicen las emociones de los colombianos y su espíritu de resistencia. Esto no quiere decir que no compartamos información y datos que generen conocimiento. Necesitamos ser responsables y no servir de eco de los disparates terroristas mediáticos del petrismo. Necesitamos transmitir a cada colombiano con el que nos choquemos que hay una salida, que las instituciones colombianas, hasta ahora, han funcionado, que tenermos que activarnos porque el triunfo lo vale, y que no sólo vale la pena, sino que es necesaria cada propuesta, cada salida a las calles, cada mensaje reenviado, cada amigo sumado a nuestras redes, cada ciudadano que resista por la democracia.
Citando nuevamente a Jung "Cuando tienes miedo quedas petrificado y mueres antes de tiempo". Que no sea éste el caso. Nada está perdido. Nos vemos en las calles el 20 de julio y que Viva #LaResistenciaDemocrática.