Recientes estadísticas del Tribunal eclesiástico de Bogotá, revelan que, de más de 650 causas de nulidad matrimonial estudiadas, solo 17 fueron respondidas negativamente. Las demás, luego de juiciosa consideración, obtuvieron la declaración de nulidad. Es decir, el Tribunal constató que, en realidad, la gran mayoría de estas uniones que se tenían como matrimonios, en realidad nunca lo fueron y de ahí la respuesta afirmativa de esta instancia judicial de la Iglesia.
Aunque a primera vista es un dato que impresiona por su cantidad, tanto de matrimonios rotos, como de sentencias de nulidad, al mismo tiempo manifiesta que las propuestas del Papa Francisco respecto a la debida atención pastoral y misericordiosa de estas situaciones, han entrado de lleno a la Iglesia en Bogotá. La realidad de personas bautizadas, con matrimonios fracasados, pero deseosas de tener plena vida espiritual y sacramental, había llegado a un punto insostenible y era necesario abrir las puertas de la misericordia de par en par.
De esta forma de mirar y juzgar hoy las cosas, surgen varias reflexiones. La primera, es que la Iglesia en su autoridad papal y episcopal, puede ser siempre más sabia en cuanto a la mirada de la vida en sus aspectos concretos de cada época. Y la nuestra, sin duda, es de crisis en muchos sentidos. La segunda, es que, en temas de matrimonio, hay que ir muy despacio. Y esto vale tanto para los novios como para la misma Iglesia. No todo el mundo nació para casarse y no deberíamos impulsar a que todos asuman ese estado concreto de vida. Por razones muy diversas, hoy en día hay demasiadas personas con inmensas dificultades para establecer relaciones estables, duraderas y comprometidas. En principio, mejor que no se casen. Y la Iglesia, nosotros los ministros, tenemos que ser mucho más cautos a la hora de pregonar la importancia del matrimonio para no provocar al que no tiene capacidades para asumir ese estado de vida. Como quien dice, no se puede seguir bendiciendo a la topa tolondra.
Pero cabe ampliar más el análisis. El matrimonio no es solo una institución eclesial, sino que en realidad y en su origen, es sobre todo un bien de toda la sociedad y, por ende, ella misma debería entrar en una profunda reflexión acerca de cómo favorecer, apoyar y proteger esta extraordinaria realidad de la vida humana. “No está bien que el hombre esté solo”, claman con fuerza las primeras páginas de la Biblia. Actualmente hay una exaltación exagerada y poco reflexionada, por ejemplo, de los padres o madres que están solos con sus hijos, como si eso fuera fácil y deseable.
Ni lo uno ni lo otro. El ser humano es un ser para el otro y hombre y mujer han sido creados con espíritu de complementariedad. Aislarlo, abandonarlo en su soledad, dificultar su encuentro con el otro, cultivarlo en un egoísmo exacerbado, llevarlo al estado del narcisismo puro, no hace sino agravar la situación de penuria de muchas personas. La crisis del matrimonio no es crisis de Iglesia, sino de la misma humanidad. La Iglesia esgrime ahora con potencia la herramienta de la misericordia para que muchos dejen de estar solos humana y espiritualmente, cosa que nos alegra por encima de cualquier lamento o de cualquier ortodoxia mal entendida.