La defensa de la libertad ha sido una responsabilidad que se ha transmitido generación tras generación de compatriotas. Tan es así, que uno de dichos responsables, reconociendo que la libertad no es patrimonio exclusivo del entonces y aún todavía denominado liberalismo, sostuvo que “el liberalismo es de puro origen cristiano, pese a quien pesare”. Las palabras son de Sergio Arboleda (1822-1888), ilustre payanés y eximio humanista que a bien tuvo liderar diversas iniciativas políticas, entre esas, la oposición a quienes de forma celosa se atribuyeran la causa de la libertad de forma exclusiva, como al efecto fue practicado por los gobiernos del llamado “Olimpo Radical” (1863-1878), como se conoció la hegemonía política de la facción radical del Partido Liberal a la que se opuso Sergio Arboleda, entre otros contemporáneos.
No menos contundente fue Sergio Arboleda al afirmar que “el respeto que se tenga al derecho de propiedad, es termómetro del adelantamiento moral y político de los pueblos”, algo con lo que sin duda se delimita correctamente la tradición liberal a una defensa de la institución de la propiedad privada y las consecuencias éticas y económicas que de esta deriva. No sorprende entonces que la libertad sea objeto de estudio de la economía, aquella disciplina cuya historia esta indisociablemente unida a la defensa, mal o bien hecha, de la libertad. Desde muy temprano se puede identificar dicha tradición en las criticas a la política comercial y fiscal de la corona española hecha por el payanes radicado en Cartagena, José Ignacio de Pombo (1761-1812); en las primeras lecciones de economía política impartidas en la recién nacida república de Colombia por Francisco Soto (1789-1846); así como en las iniciativas educativas, políticas y empresariales de Florentino González (1805-1874), Mariano Ospina Rodríguez (1805-1885) y Ezequiel Rojas (1804-1873).
Además, la calidad de la tradición liberal colombiana se puede apreciar bastante bien en el debate sostenido en el periódico El Neogranadino (1848-1857) entre Miguel Samper (1825-1899) y Manuel Murillo Toro (1816-1880) hacia 1853 en los artículos titulados por ambos personajes como “Dejad hacer” (disponibles en línea), en la que hacían un balance de las reformas económicas liberales aplicadas hasta entonces. Para Samper y Murillo, era claro que el famoso “dejad hacer y dejar pasar”, (laissez faire, laissez passer) era más que una consigna: era toda una agenda de gobierno y guía de acción para los ciudadanos de nuestro país y del resto del mundo.
Aunque la agenda liberal de gobierno no estuvo exenta de críticas, termino por imponerse y ser víctima, no de sus fracasos, sino, paradójicamente, de sus éxitos. El mejor ejemplo al respecto es el del triunfo del régimen monetario basado en el patrón oro y la banca libre, que a pesar de ser desafiado por el Banco Nacional creado por Rafael Núñez en 1881 y el Banco Central creado por Rafael Reyes en 1905, ambos terminaron cediendo a las criticas contra el monopolio de la emisión y el curso forzoso de la moneda que hizo que llegaran respectivamente a su fin en 1896 y 1909. Incluso la creación del Banco de la República en 1923 tuvo a Carlos Eugenio Restrepo (1867-1937), presidente del país en 1910-1914, y a Tomás Oziel Eastman (1865-1931), ministro de Hacienda y Tesoro en 1910-1911 y 1911-1912, como dos de los principales críticos de la misión liderada por el economista estadounidense Edwin Walter Kemmerer (1875-1945) que finalmente dio origen a nuestro banco central. Desde entonces, la tradición liberal se ha mantenido olvidada, pero no perdida: su renovación solo depende de que, a la manera de Sergio Arboleda, se reconozca el potencial de sus raíces y la actualidad de sus promesas.