Reconozco que siempre me ha sorprendido la fuerza que tiene el ser humano para afrontar situaciones excepcionales. El momento actual, precisamente, nos está poniendo a prueba. Cualquier rincón del mundo sufre, cada vez más, los efectos de una naturaleza embravecida, como las inundaciones, las sequias, las erupciones volcánicas, los deslizamientos de tierra, el aumento del nivel del mar, las olas de calor y las tormentas.
Por si fueran poco, los tormentos no se quedan ahí, las contiendas diabólicas y los abusos de poder proliferan por doquier, las falsedades triunfan sobre la realidad y esto tampoco puede convertirse en la nueva normalidad, como acostumbrarnos a la preocupante tendencia a la modernización y expansión de los arsenales nucleares o a los retrocesos graves de los derechos humanos en el mundo, lo que conlleva que la pobreza extrema, la desigualdad y la injusticia estén aumentando.
A pesar de este cúmulo de desastres que nos desbordan, lo importante es seguir adelante en este vivir diario, que requiere también fortaleza para cargar con las congojas. En efecto, en cualquier momento podemos sentirnos atrapados por este dolor y destrozarnos el día a día. Requerimos, por consiguiente, cuestionarnos con audacia el modo de vivir y la manera de cooperar acompañados. Por si solos no podemos hacer nada ni sentirnos bien. Por tanto, será difícil que se pueda progresar colectivamente, sino vamos juntos hacia el sosiego y cultivamos la coherencia entre el decir y el hacer; no en vano, la alteza moral suele ser resultado de la práctica. Desde luego, la idea Aristotélica de que “nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía”, llevada a buen término, debe de ayudarnos a tomar otra actitud más responsable de movernos por la vida.
Sea como fuere, hemos de tener el valor de luchar contra esta atmosfera de maldades que hallamos por todos los caminos del orbe, unas veces mediante el diálogo, cuando tengamos a buen recaudo el arte de la conversación conquistada, que no es otra que escuchar y ser escuchado o batallar cuando tengamos que hacerlo; sin obviar que frente al brío de esta enfermiza caldera de intereses, también tenemos que tener la capacidad de saber callar a tiempo y de no hablar a destiempo, dejando platicar a los demás. En ocasiones, el silencio es un elemento vital de transformación, verdaderamente estremecedor. Cuántas veces los seres humanos se encuentran en situaciones límites y han de tomar una decisión, aunque el contexto sea difícil y las opciones diversas, pero para eso hemos venido, para dar continuidad al linaje y esperanza a los vivientes. Lo que no debemos dejarnos es vencer por el miedo, encerrándonos en nosotros mismos, puesto que lo único que se refuerza es el espíritu egoísta.
El mundo tiene necesidad de gentes valerosas, con coraje, dispuestas a fomentar lo armónico. No cabe duda de que hace falta firmeza y decisión, para combatir tantas injusticias sembradas. Es fundamental impulsar otro estilo de vida más respetuosa entre sí y con la naturaleza. También hay que asegurar otra forma de relacionarnos más auténtica, así como la rendición de cuentas para aquellos que socavan la tranquilidad, con su energía corrupta, que nos lleva al abismo del mal. Ojalá pronto despertemos y venga a nosotros un impulso de restauración interna. Por eso, será bueno que activemos la valentía en nuestros andares existenciales, o sea, un talante muevo de mirarse y verse, de atenderse y entenderse, de pensar y repensar en ese hogar común, en el que todos hemos de tener parte y tomar acción.
Ojalá propiciemos además el coraje de estar juntos y en paz. Todas las guerras concurren a la destrucción total, hasta el extremo de que son, una derrota de la razón. Por otra parte, estamos para ser constructores y para poder vitorearlo con la voz del alma. Lo prioritario es, tener en cuenta, que únicamente si elegimos enfrentar unidos y con esfuerzo los desafíos, podemos asegurarnos el avance en su conjunción de conquista de miradas. Todo depende de nosotros, sí de cada uno de nosotros. Entendámoslo, pues.
*Escritor