Admiro a ese vendedor de aguacates que por años vendió su producto en una esquina, hizo unos ahorritos y con ellos alquiló un pequeño espacio para poner una venta de frutas la cual creció, hasta convertirse en un importante mercado de comestibles.
Igual me ocurre con una joven costeña que conocí este año en la FilBO; durante la pandemia que, para poder sobrevivir, vendió caramañolas, como lo había hecho su abuela para sacar adelante a sus 11 hijos y, de caramañola en caramañola hoy tiene una industria de fritos costeños, en Bogotá, y está por publicar un libro sobre su historia.
No hay día que no me sorprenda con el éxito de gentes que se han superado por su constancia y resiliencia, como la hija de mí peluquera, quien hoy posee un título de ingeniera aeronáutica el cual le permitió emplearse en una de las compañías más importante de aeronáutica en Francia. Admirables madre e hija.
Y que tal el jardinero que, a punta de arreglar jardines, creó su propio vivero y ha sacado adelante a dos hijos: un agrónomo y una abogada. O aquel del camioncito destartalado que actualmente es dueño de una pequeña compañía de transporte; y la costurera, ahora propietaria de un taller de costura donde emplea a más de 20 mujeres; o el embolador, quien años después de su humilde comienzo tiene un local de reparación de zapatos con 8 empleados y una hija médica; y el mecánico quien hoy tiene varios talleres con tienda de repuestos, donde trabajan sus hermanos, hijos y sobrinos mientras obtienen sus títulos universitarios; y la pareja de campesinos dedicada a vender los huevos de sus gallinas y ahora distribuyen huevos, y gallinas campesinas a múltiples restaurantes.
Así podía mencionar cientos, miles, millones, de casos de colombianos que he conocido, o de los que he oído, quienes, con su trabajo honesto dejaron la pobreza a un lado y hoy forman, orgullosamente, parte de esa clase media que Petro detesta y descaradamente ofende permanentemente en sus arengas.
Son ellos y ellas los hijos de “la de los tintos”, del portero, el obrero, la maestra, el campesino, que hoy se enorgullecen del éxito de su prole, de saberlos triunfadores, de saber que con ellos tienen asegurada su vejes; ellos son el fruto de sus esfuerzos, son el futuro.
Cómo se atreve Petro, el exguerrillero, con muertes, desapariciones, secuestros y otros crímenes a sus a sus espaldas, a criticar a tanto colombiano que con el “sudor de su frente”, sin disparar un solo tiro, logró superar la pobreza y salir adelante, contribuyendo pacíficamente al progreso de su familia y de Colombia.
La clase media merece lo que con su esfuerzo ha logrado, la educación de sus hijos, la salud, la vivienda, la finquita, el carro o la moto que ha comprado con tanta tenacidad y trabajo. Ante todo, merece el respeto de su gobernante. Sin embargo, Petro los odia y los descalifica porque, con razón y derecho, se han manifestado en contra de su pésimo gobierno y su traición al pueblo.
Ellos crean empleo, riqueza, esperanza, confianza en el futuro. Ellos prueban que “querer es poder”; ellos son ejemplo y prueba del progreso del pueblo colombiano. La clase media es un orgullo para Colombia.