De un tiempo para acá nos ha dado por cambiar los nombres de las cosas, de las gentes, de los hechos y en general de todo lo que nos rodea, con el único objeto de escapar a la realidad. El gobierno ha sido el primero en jugar esta práctica, para embelesar a sus férreos seguidores.
En ocasiones es difícil entender a Duque porque sus áulicos y asesores utilizan un lenguaje raro, distinto, jeroglífico y enigmático.
El mundo entero ama la paz, la busca, la respeta y quiere sostenerla. Colombia la buscó, la firmó y la convirtió en política de Estado, pero por el egoísmo y la incapacidad de quienes la heredaron, necesitaban derrumbarla para poder destacarse como dirigentes eficaces. Para ello le engarzaron el sobrenombre de “paz con legalidad”, como si existiera una paz ilegal, clandestina, ilícita, ilegítima, chanchullera.
Y además se propusieron cambiar el nombre de todo: las masacres, son asesinatos colectivos. Los delincuentes venezolanos: ciudadanos extranjeros. Las onerosas reformas tributarias pasan a llamarse “inversión social”, que con mermelada pupitrean en el Congreso.
Un ejército de apuntadores, amanuenses y asesores busca elevar el rating del mandatario. Lo hacen aparecer hasta en la sopa. Dice “a” y le agregan el abecedario, que elogian frenéticamente y baten sus manos hasta desollarlas, para hacer creer al jefe que su perorata fue exitosa. Es un error fatigar al país con las inagotables apariciones del Presidente. Lo bueno, si corto, dos veces bueno, reza el adagio.
Esta nación, esperaba con ansias las apariciones de sus jefes de Estado a través de la radio o la televisión, cuando las circunstancias lo demandaban. No cuando el mandatario se topara un reportero con grabadora o cámara de TV. Las ruedas de prensa no eran permanentes.
Hay ocasiones en que personajes sin importancia se cuelan en sus apariciones. Un Zapateiro la embarra, asustando a Duque y al país con la supuesta muerte del coronel Pérez. Y nada pasa.
Nada que decir del Embajador Plata que, con la Cancillería, solo permitieron que los escritores “juiciosos”, los que escriben sin comprometerse, pudieran ir a la Feria del Libro de España, porque sus obras eran “neutras”, blancas y férreas defensoras de este gobierno. Por fortuna no participó el embajador ante la OEA, porque seguramente habría buscado la Feria de la Quema del Libro, para enviar a nuestros escritores no neutros.
El fino humor costeño se le adelantó al gobierno para calificar lo sucedido en el Mintic. Esa operación debía tener un nombre popular. Se necesitaba un verbo para los 70.000 millones, que bautizaron como “abudinear”. Y la Real Academia de la Lengua lo asumió.
El Presidente debe hablar claro, llamar las cosas por su nombre y eliminar de tajo la corrupción. Así, no tendríamos más abudinaciones.
BLANCO: Ya renunciaron dos altos funcionarios del Mintic por los 70.000 millones. ¡Y la Ministra ahí!
NEGRO: Las cartas de los Rodríguez Orejuela: ¿acusadores acusados?