Las luces que somos | El Nuevo Siglo
Viernes, 7 de Junio de 2024

Todo es luz. Desde la física cuántica sabemos que la luz se comporta como onda y como partícula, que todo es energía, a veces de tipo sutil como los haces lumínicos y otras veces de tipo denso como la materia. ¿Nos reconocemos a nosotros mismos como luz?

Espiritualmente estamos llamados a reconocer la Luz mayor de la cual provenimos, llamémosle por cualquiera de los nombres con los cuales podemos invocarla.  No es casualidad que tanto en las tradiciones americanas de sabiduría como en el antiguo Egipto se haya rendido tributo al Sol: la simbología de la luz acompaña a la humanidad desde sus inicios. Ahora sabemos que la luz solar, si bien es clave para nuestra vida planetaria, es solo un pálido reflejo de la Luz Mayor, la Ain Soph.

Reconocer las luces que somos, que todos somos luz, pasa por cumplir nuestra misión existencial del mejor modo posible, de manera que el resultado de nuestras acciones conjuntas resulte más grande que la suma de las partes.  Es en la colaboración donde verdaderamente podemos ver en nosotros esa luz, para apoyarnos en la tarea de permitir que de cada persona emerja lo mejor, que entre todos sigamos aprendiendo y construyendo cada vez relaciones más sanas entre nosotros, con el mundo y los multiversos.

Al trabajar solidariamente para alcanzar un objetivo común, todos tenemos la posibilidad de brillar, de manifestar esa luz que somos para que resplandezca aún más en comunión con la luz del vecino. Cuando competimos, al contrario, una luz pretende opacar a la otra. Aún no estamos listos como humanidad para sintonizarnos totalmente con la Luz Mayor, pues esta nos ciega. Culturalmente seguimos tan acostumbrados a creer que la competencia es connatural al ser humano, que la promovemos y celebramos.

Aunque continuemos en una etapa de competencia, no es nuestro verdadero destino. Competir es solamente una parte del aprendizaje, necesario para que podamos trascender las guerras. Evidentemente, es preferible una confrontación deportiva a una batalla real, aunque jugando sigamos utilizando términos bélicos como pena máxima, eliminación o muerte súbita. Por estos días estamos conmemorando el fin de la Segunda Guerra mundial, en medio del peligro de una nueva, por lo que cobra mayor vigencia reconocer las luces que somos.  

Ojalá que aprendamos de los horrores de lo ya vivido y que trabajemos para que cesen nuestras guerras personales, contra nosotros mismos y contra los demás.  En algún momento de la historia habrá masa crítica para superar la competencia, las batallas, y llegar a una era de total colaboración. Mientras tanto, podemos intentar ver siempre nuestra propia luz y la de quien está al lado. Honrar las luces que somos, reconocerlas y vivirlas, verdaderamente nos hermana.

@eduardvarmont