El balcón y la plaza pública tienen turbado e impulsado hasta la perplejidad y el desconcierto al personaje que copaba horas enteras en el Congreso acusando y denunciando a quien se le ocurría.
Ese es desde hace 28 meses el gobernante colombiano aspirando a permanecer, presente o en cuerpo ajeno por no se sabe cuánto tiempo más. Los tales golpes que pregona solo buscan distraer a la opinión pública de aquí y de allá, sobre supuestas vocaciones inconstitucionales de este pueblo que garantiza y defiende libertades, derechos y hasta tolera desmanes, como a él mismo le consta.
La X y los improvisados balcones que monta no lo dejan gobernar, ni descansar ante las “petroratas”, sermones y arengas impregnadas de regaños, insultos y grescas mezcladas con ensalzados pregones de su gobierno.
Lo divino y humano son precarios para sus largas peroratas sin fin que plantea trepando a cualquier simple ladrillo que le sirva como tribuna. Los retardos a sus citas, los adorna con la profundidad de sus sermones que inclusive adormecen audiencias que esperan anuncios y soluciones para las problemáticas que soportan. Ya no soportan los anuncios y promesas que les lleva quien posó como un Mesías. El cambio no llega, no se vislumbra, no parece tener el menor reflejo.
El Presidente arenga y monserga sobre lo que le envía una mente que parece auscultar temas antiguos, obsoletos e irrealizables. En su última aparición, la de San Andrés, destituyó al ministro Bonilla, no sin antes acusarlo de deshonestidad, que según Petro ha sido la manera corrupta de todos los titulares de hacienda de los gobiernos anteriores. Olvidó admitir que esa manera de comprar votos de los parlamentarios para aprobar las reformas debió ser ordenada por él, como ordenanza suprema.
En San Andrés habló de todo, menos de lo que esperaba ese pueblo: del Clan del golfo, de la Biblia, de los negros en Estados Unidos, de Palestina, de Hitler, de Vicky la periodista candidata, de Bolívar -el Libertador- del mar, de las guerras. Puro bla, bla, bla y nada de lo que necesita el archipiélago y su gente. Ese es Petro, eso es lo que anuncia a su pueblo, eso lo que ofrece su cambio.
Así trata a esta nación que creyó ser redimida, pero que día a día se encuentra más pobre, más abandonada, más desilusionada, con una economía destrozada por la corrupción, el despilfarro y el anuncio de nuevos impuestos, los abusos, el creciente desempleo, huida de empresarios y mano de obra calificada, ruina de pequeñas y medianas empresas, inseguridad total y paz sin fin.
La salida de Bonilla puede darle una esperanza a Colombia, con el ingreso de un profesional como Diego Guevara, quien como me dijo el periodista y escritor Alberto Abello, quien ha tenido la fortuna de conocerlo: es un gran prospecto y capaz de arreglarnos las cosas. Es probable, si es que Petro lo deja actuar de restablecer la confianza, un sano manejo a la economía y eliminar los calificativos de Petro al desarrollo y a la oligarquía. Ya al menos dio un toque al reducir la ruinosa reforma tributaria.
BLANCO: Colombia se cataloga como país ejemplar para el turismo. Urge extralimitar la atención y los servicios a quienes nos visitan.
NEGRO: El abuso de Petro al desfigurar nuestra Cruz de Boyacá, posándola sobre una bandera del terrorista M19, con el propósito de borrar el robo de las armas al ejército y el asalto al Palacio de Justicia.