Desde hace varias décadas los conocedores de esta parte del mundo llaman la atención para que no se utilice este nombre genérico para referirse a esta subregión del hemisferio occidental. Las razones son muy obvias. México tiene muy poco que ver que Honduras u otros países centroamericanos. Colombia es bien diferente de Bolivia o de Argentina. Chile tiene poco que ver con Venezuela o Brasil. Entonces, siempre es conveniente hacer alusiones muy precisas a los fenómenos que se están describiendo.
Está de moda, por ejemplo, hablar de la nueva izquierda en América Latina. Pero hay una distancia enorme entre el mexicano López Obrador, Ortega en Nicaragua, Maduro en Venezuela, Lula en Brasil, Boric en Chile o Petro en Colombia. Ya el caso de Castillo en Perú hace mucho más evidente esta necesaria diferenciación. Lo que tenemos son muchas versiones que se proclaman como de izquierda o progresistas, pero cuando se examina con cuidado cada caso se llega a la conclusión de que es muy difícil hacer generalizaciones.
Por eso, por ejemplo, el presidente Biden puede invitar a la Casa Blanca al mandatario Lula del Brasil a las pocas semanas de posesionado. No lo habría hecho así con el expresidente Castillo y, mucho menos, con Maduro. El presidente López Obrador no quiso felicitar la presidencia de Biden sino hasta cuando el Colegio Electoral hizo la elección formal. No estoy seguro si fue el único presidente de la región que obró así. El tratamiento que recibe Cuba o Venezuela o Nicaragua es bien diferente del que se le otorga a Brasil o a Chile o a Argentina.
El presidente Petro ha recibido, hasta ahora, un tratamiento muy apropiado por parte de Estados Unidos y su comportamiento frente a esa nación ha sido igualmente amable, cordial como reconociendo no solamente doscientos años de relaciones diplomáticas sino dos siglos de una relación amistosa, no obstante situaciones que habrían podido generar un conflicto de mayores consecuencias en el tiempo.
El funcionamiento de cada uno de los países de la subregión es notoriamente diferente. Ninguno ha sufrido la experiencia de los presidentes peruanos en los últimos años que han sido no solamente judicializados, sino defenestrados como mandatarios. Creo que en el último período presidencial hubo seis. No hay para qué hacer cuentas. Ya se sabe que es una situación muy inestable. Qué contraste con Venezuela, que ya lleva tan solo dos presidentes en 30 años o con Cuba que tuvo a una sola familia gobernándola por 60 años.
En Chile se logró un progreso institucional, económico y social que se presentaba como modelo para el mundo. Eso estalló. Y hoy nadie se atreve a presentarlo de esa manera. Argentina, que exhibía indicadores de progreso superiores a los de Canadá a comienzos del siglo XX, hoy no es comparable, ni de lejos, con esa gran nación y cada uno de los países centroamericanos es significativamente distinto de cualquier país suramericano.
Y Colombia resulta muy difícil de entender para los observadores internacionales. Les cuesta mucho trabajo aceptar su estabilidad política e institucional no obstante lo que ha sido el papel destructor y desestabilizador de guerrillas, carteles de las drogas ilícitas y otras formas del crimen organizado. Su continuidad democrática, su tradición jurídica, su tradición electoral a muchos les parece que no es verdad.
Cuidado con las generalizaciones.