Contrario a San Francisco (California) donde -enmarcado en el “National Hispanic Heritage Month”- el 12 de octubre hubo una “parade” celebrando el día de la Hispanidad, en la vía al aeropuerto El Dorado se observa un vacío, que un estadounidense californiano que hubiese visitado Colombia antes de la pandemia y regresara por estos días, bien podría interpretar como una señal de nuestro déficit de identidad nacional.
Se trata de los restos de las bases sobre las que, por muchos años estuvieron erguidas las estatuas de la Reina Isabel la católica y de Cristóbal Colón. ¿En qué va su restauración? ¿En qué quedó el diálogo con los indígenas que las derrumbaron? ¿Tendrá el gobierno distrital (o el nacional) genuino interés en su restauración? Si no es así, el desinterés se podría atribuir a que nuestros actuales gobernantes han sido permeados por la “leyenda negra” contra la hispanidad.
Tres pilares sustentan dicha “leyenda negra”. En primer lugar, hay quienes, haciendo gala de presentismo, sostienen que en la américa descubierta por España ya existían estados nación prehispánicos como el de los Aztecas, los Incas o los Chibchas, que fueron destruidos. La realidad historiográfica es que dichas conformaciones políticas indígenas no existían como proyecto o ideal nacional.
El Reino de Castilla presidido por la Reina Isabel la católica, descubrió américa y emprendió la conquista para extenderse y evangelizar estas tierras. Y, durante los tres siglos de unión en el período de la colonia, gran parte de América fue la porción más extensa de la monarquía. Nuestros estados nacionales solo nacieron como repúblicas por el colapso de la monarquía española en América.
Consecuente con lo anterior hay otro pilar de sustento a la “leyenda negra”. Aquella que muestra a España como una potencia de ocupación. Aquí la falsedad salta a la vista porque como quedo dicho no pudo haber ocupación de un estado nacional sobre otro. El concepto de ocupación proviene del imperialismo decimonónico, aquel colonialismo de extracción y explotación al estilo británico, francés, belga u holandés que se dio en África e Indochina mediante coerción e imposición militar. En cambio, el Reino de Castilla dilata su naturaleza política, jurídica, religiosa y militar a los territorios de las indias, convirtiendo estos en unas nuevas castillas. Tanto así que la mayoría de los españoles que vinieron a conquistar y colonizar estas tierras jamás regresaron a la península, razón por la cual se dio un enriquecedor proceso de mestizaje entre peninsulares, indios y negros cuya sustancia subyace en nuestra identidad nacional.
El tercer pilar es el que recurrentemente atribuye la causa de nuestros males a la “violenta y arbitraria” culturización española. Independientemente de los errores y aciertos de España durante tres siglos, el atribuirle la responsabilidad por nuestros males no deja de ser un facilismo ideológico convertido en pretexto para que los que han estado y están a cargo de los estados hispanoamericanos se hayan tratado de lavar las manos durante dos siglos de vida independiente, negándose a aceptar que los errores y aciertos que hemos tenido son nuestros.