Claudia enterró a su hijo el 24 de mayo. Sólo sabe que el muchacho de 19 años estaba tocando la puerta de su casa para que le abrieran, cuando llegó una patrulla de la policía, en Puerto Tejada, norte del Cauca y le reclamó por estar violando la cuarentena. El joven les dijo que estaba esperando que la tía le abriera. Entonces le pegaron en la cabeza con el bolillo. No sangró. Tampoco se quejó. Pero al día siguiente, cuando lo llevaron al hospital, les dijeron que tenía muerte cerebral.
Parece que Anderson Arboleda estaba con su novia y había llegado hasta esa hora a su casa. Se dedicaba a vender tapabocas y quería ser policía.
Se pregunta uno ¿por qué le pegaron?, ¿cuál fue el detonante para que el patrullero lo agrediera así?, se justifica ¿ese nivel de violencia? Y, ¿por qué Anderson no estaba en su casa?, ¿por qué no estaba cumpliendo con la orden nacional de confinamiento?, ¿por qué no se estaba cuidando?
El coronavirus ha desnudado a la humanidad. Ya sabíamos que andábamos mal. Pero la pandemia que nos encerró, nos ha permitido observarnos por las pantallas de los celulares. En estos meses hemos aprendido que el auto-cuidado es la única herramienta disponible para protegernos.
Criticamos a los políticos, pero también hemos sido testigos de la irresponsabilidad de los ciudadanos para cumplir con las reglas.
Sin embargo, entre ciudadanos y autoridades competimos en irresponsabilidad.
Muchos funcionarios públicos han sido sancionados, por andar nada más, ni nada menos que de rumba.
La alcaldesa del municipio de Sucre fue suspendida tres meses por hacer fiesta en plena cuarentena ¡en su casa! En Chima, Santander los funcionarios del hospital organizaron parranda y los cogió la policía. En Piedecuesta, también Santander, otros tantos funcionarios fueron suspendidos por andar enfiestados.
Si los funcionarios que están al frente de la pandemia no respetan la cuarentena, ni qué esperar de los ciudadanos. A la fecha en Cartagena la policía ha intervenido 6.512 parrandas desde que inició el confinamiento. En Cali crearon un grupo élite de caza-fiestas para detectar los sitios de encuentro clandestinos y hasta corretear gente en los moteles.
Violar las reglas parece ser un pasatiempo de los colombianos, un chiste. Por eso indigna tanta inconsciencia y lo cierto es que es imposible ponerle un policía a cada ciudadano. Mientras los ciudadanos andan evadiendo reglas, los policías andan buscando infractores que debe ser un trabajo extenuante. Es que los policías también son humanos y con seguridad, también tienen miedo. Pero eso no los exime de cometer abusos de autoridad y matar ciudadanos. Ya es hora de que alguien se los diga (puede ser los funcionarios que no anden emparrandados) porque el mundo está cambiando y los abusos de políticos y fuerzas armadas ya no es tolerado. Como tampoco la irresponsabilidad de las personas comunes y corrientes.
Llegó el momento de crecer y madurar como sociedad, y dejar de señalarnos desde nuestras esquinas. Si tan solo lo entendiéramos y trabajáramos en equipo. Tal vez, si actuáramos así, Anderson no estaría muerto, ni su mamá llorando sobre su tumba.