Llover sobre mojado | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Diciembre de 2019

Por lo general se intenta al escribir para un diario alejarse de lo manido y mantener un mínimo de variedad en la opinión, lo que no es nada fácil en estos tiempos en los que casi todos escribimos sobre los mismos acontecimientos, que se repiten por internet, las redes sociales, los medios y en la conversa diaria de nuestra aldea global. Más en ocasiones es preciso llover sobre mojado, repetir lo que otros y nosotros mismos hemos dicho mil veces, y esa puede ser la novedad.

Uno de los temas recurrentes en los que se suele caer es en el del medio ambiente y lo ecológico, tan de moda y en el cual por lo general surgen los consensos. En su tiempo eran héroes los que con el hacha tumbaban selvas y montes. En los Estados Unidos, el gran Abraham Lincoln se vanagloriaba de haberse ganado la vida en una crisis como leñador, tarea que combinaba con la de cuentista, leguleyo y la de recitar capítulos enteros de la Biblia de forma amena, por lo que en torno suyo la población se extasiaba. Fue así como logró manejar grandes auditorios, convertirse en uno de los más grandes oradores del país, conseguir los votos para llegar al poder y dar muestras de una notable sabiduría política, que por salvar la unidad del país lo llevó a una guerra civil, a apoyar la libertad de los esclavos y, finalmente, encontrarse con la muerte que había soñado, como quedó registrado en la bitácora del gabinete ministerial. Si hoy a algún fanático del medio ambiente le da por revisar la vida de Lincoln, de pronto para llamar la atención va pedir que lo saquen del santoral de los grandes políticos y estadistas de los Estados Unidos, por haber sido leñador.

Resulta que ni ayer ni hoy, ser leñador debe avergonzar. Era y es una tarea dura, en la que no pocas veces se tumban árboles para sembrar otras especies que producen mejor madera. Además, en aquellos tiempos antiguos sobraba espacio vital en algunas zonas de los Estados Unidos, una de las naciones con mayor espacio geopolítico del globo.

A la inversa, en estos días de conmemoración del Bicentenario de Colombia, creada por el Libertador Simón Bolívar, en donde algunos se empeñan con la tesis neomarxista de no mencionarlo, de negar su aporte fundamental a la creación de este país, so pretexto de considerar que las masas de la época o la multitud y el común son los verdaderos gestores de la historia. Que dizque no hay grandes hombres, sino seres encumbrados por las circunstancias. Otros sostienen, que Bolívar no sería nada sin sus generales, ni coroneles y los milicianos que formó. Claro, que unos y otros hacen parte de la trama de la historia, que como decía Spinoza, es una obra en el cual cada quien cumple su papel como la pieza de un reloj, lo que obedecía, entre otras cosas, a que él era fuera de notable filósofo, era relojero.

Lo cierto es que Simón Bolívar, con un puñado de sus seguidores concibió la idea de liberar estas regiones tropicales y formar un gran país, en una lucha en la cual su prestigio y el poder persuasivo de su discurso llega tan alto, que convence a simples parroquianos, estudiantes, campesinos y gentes del común, trasformados bajo su mando en competentes y audaces soldados, en los creadores de la Gran Colombia.

La población americana en estas zonas tenía vocación parroquial, los dirigentes regionales que se encontraron con la acefalia del poder, asumieron posiciones de responsabilidad política con el criterio de convertirse en caciques pueblerinos, por lo que se afiliaron al federalismo. Sin pensar que era acaso la fórmula de organización política más inconveniente para esta región, dado que la geografía, plagada de cordilleras y ríos, tendía a ahondar las divisiones y dificultar la integración. Bolívar, comprende esa fatal tendencia a la disgregación y el aislamiento de una parte de nuestros dirigentes de entonces. Es por eso que, en numerosos documentos y exhortaciones al Congreso, invoca la unidad nacional de la Gran Colombia, sin conseguir cambiar del todo la mentalidad de avestruz de gran parte de sus contemporáneos, que estaban por las antiguas divisiones administrativas y políticas de la colonia: Páez, cacique en Venezuela, Santander en Bogotá, otros se disputan el cacicazgo en Quito o Lima y el resto de ciudades.  En especial, por cuanto carecían de la imaginación y la voluntad política para concebir una gran nación en esta parte del mundo donde fenecía el Imperio Español. El contraste entre los agentes de la independencia en nuestra región y la voluntad política de los padres fundadores de los Estados Unidos, es elocuente. Las 13 Colonias se unen y se consolidan, para después expandirse y convertirse en potencia mundial.

Así que mencionar al Libertador y su concepción geopolítica es como llover sobre mojado. Casi literal, por cuanto con su visión genial es el padre de la ecología en el país. Suyo es el decreto por el cual ordena sembrar un millón de árboles en la Orinoquia.