El mundo contemporáneo ha consagrado un criterio de lo bueno identificándolo erróneamente con el placer exclusivamente, sin preguntarse el camino para lograrlo. Si algo me hace sentir bien, me da placer, me gusta, ya, decido que es en sí mismo es bueno. Omito la pregunta acerca de cómo he llegado a ese estado que me da satisfacción y también si se han sacrificado bienes reales o mayores.
En la sociedad colombiana, en gran parte de ella, el ideal es ganar plata como sea, tener placer a como dé lugar, gozar la vida de cualquier manera, poseer bienes sin siquiera preguntar si en realidad le pertenecen a otro. Diría alguno que lo que yo quiero es bueno y lo consigo de la forma que mejor me parezca. No creo en leyes ni cosas tales como la moral o la ética y mucho menos en mandamientos de Dios ni de nadie.
Sobre esta forma de pensar y quizás solo de actuar se fundan las acciones de los ladrones, los corruptos, las personas infieles, los productores y los consumidores de drogas alucinógenas, los que mienten, los tramposos, los que engañan, los que venden el alma y todos aquellos que han llenado a Colombia de una grave sensación y es la de que ser realmente bueno, según las leyes de Dios y de la naturaleza, no es más que una quimera. Y han alargado tanto sus pretensiones y sus uñas, que es prácticamente imposible encontrar un área dela vida nacional donde los maleantes no estén al acecho y dispuestos a raparse todo para su propio provecho.
Bueno es aquello que Dios quiere y aquello que respeta y hace crecer la condición humana. Muchas cosas aparentan esto, pero en realidad son bienes falsos que terminan por consumir a las personas. El bien tiene visión de largo plazo y apunta a que la persona alcance las metas para las cuales fue creada y que no se detenga simplemente en lo que pudiendo ser un bien menor o quizás un mal, lo prive de llegar tan lejos como tenía posibilidad por su propia naturaleza.
Los mandamientos de la ley de Dios son el mejor ejemplo de bienes absolutos que le convienen al hombre y que en realidad lo pueden hacer feliz en medio de la comunidad humana. No se requiere ningún grado de sofisticación para conocer el bien, si se tiene una conciencia despierta y honesta. Y, por el contrario, con frecuencia queda a la vista que el mal hace presa fácil de tantas personas que ignoran para qué fueron creadas, cuál es su misión en la vida y que hace rato dejaron de usar la conciencia para arrastrase por el suelo, como la vieja serpiente del Génesis. La conclusión es que hay mucho arrastrado suelto por ahí.