Nunca como ahora los anuncios negativos, temo usar la palabra apocalípticos, se hacen realidad. No imaginamos una pandemia que nos confinara casi dos años al encierro, ni mucho menos estar ad portas de una guerra mundial, aunque, al permanecer tan "conectados", se haga evidente en vivo y en directo que ya estamos inmersos en ella. Como dijo recientemente el Papa Francisco: "Hoy estamos viviendo una guerra mundial, ¡detengámonos por favor!".
Hay tanto sufrimiento en el mundo que sólo falta el estallido de una bomba nuclear, escenario real y posible, para despertar definitivamente de este sueño de estabilidad.
Observar el sufrimiento de la humanidad a través de las pantallas ya no nos hace espectadores pasivos. Se necesitaría tener el corazón congelado para no estremecerse ante el dolor del pueblo ucraniano o los continuos asesinatos, cada vez más escabrosos, de colombianos. Nos queremos hacer "una sola" con las indignadas mujeres iraníes que se quitan el hiyab, se cortan el cabello y claman libertad después del asesinato de una joven de 22 años por parte de la policía de la moral. Duelen la opresión, la injusticia, las guerras, todos los desastres causados por el hombre.
La naturaleza también causa estragos. Estremece ver familias buscando a sus seres queridos entre los escombros. La tecnología nos conectó no sólo al consumismo y al placer, sino también al sufrimiento. La pregunta es: ¿Nos conectará la compasión? ¿Nos conectará a la búsqueda de la reconciliación real? ¿Al encuentro entre seres humanos?
Y, ¿Cómo nos preparamos? Me temo que el aturdimiento al que estamos sometidos no nos deja ver el todo. Nos reduce a receptores perdidos en este mar de incoherencias y duelos sin elaborar que terminan haciéndose visibles en la anarquía y en los oportunistas del caos, los mercaderes del miedo, los que quieren tabula rasa para imponer un nuevo mundo, fabricado a la medida de sus intereses.
Cómo nos está haciendo de falta que se hagan visibles los nuevos referentes sociales. Seres humanos líderes en quien creer, a quién seguir, tanto a nivel global como nacional. Y en todos los frentes, no sólo en el político. También en el espiritual. Hombres y mujeres confiables. De los que encuentran salidas en medio del caos, de los que no temen acercarse al "contrario" y reconocer, si fuera necesario, que se estaba equivocado. Qué agotador, como ciudadano, tratar de defenderse todo el tiempo de la manipulación. Y, cómo nos falta de apertura a la verdad del otro. Es natural el temor, pero escuchar no es someterse.
¿Qué pasa con los verdaderos líderes? Algunos de los mejores no saben hacer ruido ni escándalo para diferenciarse y los que tienen los reflectores encima están enceguecidos por su ego. No se han dado cuenta que el tablado se puede caer. Por otro lado, una opinión consumista e inmediatista ¿estaría dispuesta a escucharlos?
Escribo esta columna, paradójicamente, con esperanza. Me basta observar a mis amigos y conocidos, queriendo entregarlo todo y buscando el cómo. Confío en la capacidad insospechada del ser humano para reconstruirse, por dentro y por fuera. Si nada queda en pie, todo puede siempre volver a empezar.