Neiva es una ciudad que nació sobre el margen oriental del río Magdalena, una planicie bastante privilegiada por las abundantes fuentes de agua, especialmente la que venían de la terraza del oriente donde hoy se ubica la comuna 10, un recurso que parecía ilimitado y garantizado para la eternidad, hoy la realidad es bien distinta. Las nuevas generaciones se encuentran dispuestas a luchar para garantizarse un futuro frente a la conservación y recuperación de lo poco que queda, son conscientes que su proyecto de vida será viable en la medida en que la ciudad sepa conservar y restaurar el ecosistema del humedal el Chaparro.
En el imaginario de las nuevas generaciones de neivanos está presente el humedal los colores, de hecho así se encuentra referenciado en algunos documentos oficiales. Tal es el caso del Acuerdo No. 026 de 2009, mediante el cual se ajustó el Plan de Ordenamiento Territorial de la ciudad, que en su artículo 51 hace uso de una visión reduccionista al catalogarlo como laguna, cuando a ojos de los especialistas este es un actor hídrico de primer orden. Lo que hoy se conoce como los colores es una lago artificial que surgió por la intervención, sin autorización de la autoridad ambiental, que realizara algún privado, para conectar los espejos de agua de la microcuenca la barrialosa que se origina en el barrio Santander con la microcuenca el chaparro que nace en el barrio las palmas.
El humedal El Chaparro tuvo toda el agua del mundo, afirma el historiador Jairo Rodríguez Bahamón en su conferencia “De la Acequia a la Pila, historia de la modernidad de Neiva”. El mayor impacto que ha recibido este importante reservorio de agua ha sido propinado por el crecimiento urbano mermando sin contemplación la denominada estrella fluvial del oriente, llamada así porque allí nacen las moribundas quebradas la Toma, el Curíbano, el Chaparro, Avichente, la Torcaza, la Cabuya y la Jabonera, hoy en cuidados intensivos, cuando no desahuciados.
La intervención de dichas microcuencas dejó el espejo de agua los colores que las autoridades hoy validan y tratan como un humedal artificial, con ello borran de un plumazo su origen natural, facilitándoles que frente a la mirada silente de casi todos los habitantes de la ciudad, se permita que estos humedales sean remplazados por edificios, calles, andenes, puentes y demás infraestructura de cemento, restándole a la ciudad espacio verde y una zona de amortiguamiento necesaria para colectar agua, regular inundaciones, mantener comunidades ecológicas estables, recargar acuíferos, proteger diversidad de fauna y flora, además de otros invaluables servicios ecosistémicos.
En 2014 el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC) realizó un estudio multitemporal mediante el cual dictaminó que de las 21,9 hectáreas que tenía el humedal en 1993, solo le quedaban 5,7 hectáreas en el año 2014, en 21 años perdió el 74,6% de su ecosistema. Si se quiere un futuro lleno de colores es necesario proteger el humedal.
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