Los desafíos de la revolución | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Septiembre de 2020

Desde hace más de medio siglo en Colombia vivimos bajo los efectos funestos de la revolución de tipo castrista, que intenta llegar por medio de la violencia al poder, en tanto las fuerzas del orden procuran mantener la estabilidad y vigencia de la democracia. Distintos gobiernos han negociado con los subversivos la paz, logrando algunos éxitos como en el caso del M-19, que se acogió y cumplió lo pactado al dejar las armas para hacer política de forma tradicional. Los dos presidentes que más se destacan en la lucha contra la subversión son Guillermo León Valencia y Álvaro Uribe Vélez, ambos procuran aniquilarla. Belisario Betancur, quiso hacer la paz y por poco termina siendo enjuiciado por los del M-19, atrincherados en el Palacio de Justicia.

En las diversas negociaciones de paz con la subversión, un sector de éstos se desmoviliza y otros siguen la lucha, junto con otros movimientos refugiados en el monte. Los halcones de las Farc, en varias oportunidades frustraron importantes esfuerzos de un acuerdo pacífico negociado, como con Andrés Pastrana. El gobierno de Juan Manuel Santos, hizo un gigantesco despliegue de propaganda y concesiones para conseguir la desmovilización de las Farc, hasta les dieron becas en el Congreso, sin que se consiguiera plenamente el objetivo. Hoy las fuerzas de la subversión están volviendo paulatinamente a los 10.000 hombres. 

El único país de nuestra región que no logra derrotar militarmente a la subversión es Colombia, en gran medida, por cuanto desde lo geopolítico, casi el 70 % de nuestro territorio está en zonas quebradas o selváticas o sembradas de coca, donde la presencia del Estado es modesta o no existe. Fuera del hecho de tener la subversión en las ciudades grandes guetos en los que cuentan con apoyo logístico. Esos conforman grupos de agitadores que se mezclan con las multitudes para atentar con la Policía y las autoridades.

Se dan casos de excesos policiales que son la excepción y que deben ser castigados con severidad. Lo cierto es que los policías están siendo llevados a la desesperación y se desgastan en tareas de control social, que apenas pueden cumplir temporalmente, como es el caso de meter en cintura durante casi medio año a más de 40 millones de seres, unos enfermos, otros sin recursos y en algunos casos mezclados con los contaminados por el Covit-19. Situación que de mantenerse nos llevaría a la ruina a todos. 

Como sostiene el expresidente Álvaro Uribe, ilustre víctima del juicio político, es preciso apelar al toque de queda. Al enviar a sus casas a determinada hora es fácil detectar a los agitadores, que ya no pueden mezclarse con el grueso de la población, ni confundirse con ciudadanos inermes. Sin que sea factible seguir indefinidamente en situación tan extrema. Se debe apelar a lo político para mantener el orden en las ciudades. Cada quien asume sus responsabilidades. Alcalde que intente ponerse de parte de los revoltosos y disparar dardos a mansalva contra la policía y las fuerzas del orden, debemos defenestrarlo por la vía legal o buscar neutralizarlo, como apelar al pueblo e intentar la revocatoria del mandato de los que no cumplen su deber de defender a la ciudadanía en peligro y están con los agitadores del caos. 

Lo conservador debe pedir a las gentes de bien que no se dejen provocar de los agitadores, así como invitarlos a que se organicen en sus comunidades para defenderse en caso de intento de asaltos de las turbas o los delincuentes. Es evidente que la detención de Álvaro Uribe, la aprovechan para provocar a las autoridades y buscar la desestabilización del sistema. Por lo mismo, es urgente movilizar el pueblo y la opinión exigiendo su libertad.