Le llegó la hora a nuestras fuerzas armadas para acendrar su imagen, depurarse y separar a quienes buscan favores, ascensos y prerrogativas a cambio de información privilegiada, documentación secreta y seguimientos de personajes e instituciones.
Las sospechas sobre estas prácticas fueron descubiertas por una investigación acertada y oportuna de la Revista Semana, que puso al descubierto las actuaciones del entonces Comandante del Ejército, Nicacio Martínez, de quien dijo el Presidente Duque, cuando reveló su retiro, que este se debía a “razones personales”. Muchas cosas se sabían de sus actuaciones en falsos positivos y chuzadas a magistrados, personajes políticos, periodistas e instituciones, que al parecer eran objetivos del partido gubernamental.
Las chuzadas en Colombia vienen de atrás. Desde cuando el gobierno 2002 al 2010 ordenó espiar las Cortes. Arreciaron, cuando Santos afinaba el proceso de paz, uno de cuyos objetivos lo trazaron con la Operación Andrómeda para atacar la paz y las elecciones de entonces. Vale recordar al expresidente Uribe suministrando, a través de su tuiter, con asombrosa precisión las coordenadas de los sitios en donde debían realizarse gestiones de paz. Se sospechaba que había línea directa entre el Jefe del Centro Democrático y los chuzadores de inteligencia militar, Bacib, Caimi y demás agencias del Estado. Hay lagunas sobre otras actuaciones durante elecciones siguientes.
Se ventilaron sí, sospechas en torno a la manera desaforada como miembros del Centro Democrático urgían acelerado cambio de la cúpula militar, que consideraban santista. La senadora Cabal enviaba mensajes directos y a través de la prensa al Presidente Duque sobre el tema.
La información entre las agencias del Estado, el Centro Democrático y ciertos parlamentarios, era permanente. La lista de investigados (chuzados) era larga: congresistas, políticos, magistrados, periodistas y personajes. Las amenazas y el miedo eran moneda corriente. A los periodistas les enviaban lápidas, intimidaciones y sufragios.
El General Nicacio cometió errores que fueron poniendo al descubierto sus actuaciones. Ello permitió a muchos altos, medianos y bajos militares honestos, descubrirle el juego. La intimidación ya había arreciado y la cúspide de la inteligencia militar acantonada en el batallón de ciberinteligencia, arreció sus labores “andromédicas” desde Facatativá, con los “hombres invisibles”. El comandante fue sacado afanosamente del país hacia los Emiratos.
El gobierno norteamericano sigue dudando de la eficiencia del Ejército de Colombia y su tecnología para chuzar, porque descubrió desvío de dineros para pagar informaciones que abundaban en las redes sociales.
A todas estas, los ascensos militares se ventilaban dudosamente en el Congreso. Se prodigaron en favores a altos oficiales involucrados en falsos positivos, mientras se negaron derechos a decorosos hombres que no cohonestaban con las malas prácticas. Muchos salieron del ejército.
Lo importante de la investigación de la Revista Semana es que el Ejército podrá espulgarse, de una vez por todas, y sanearse para beneficio y confianza que un país debe tener en sus gallardas fuerzas armadas.
BLANCO: Solo el ejército puede salvar al Chocó.
NEGRO: Se va Uber y Colombia queda bajo la dictadura de los zapatos amarillos.