¿Qué ve el colombiano cuando abre los ojos al amanecer? ¿A quiénes ve? ¿Qué están haciendo? ¿Qué escucha esta persona cuando entra en relación con los cercanos o con los que le hablan a través de los medios de comunicación social? Con frecuencia este recién despertado ve y oye junto a sí a otras personas que están dando una lucha dura y constante por avanzar en la vida en medio de múltiples tareas. Son parte de su familia, de su ámbito estudiantil o laboral o de la ciudadanía en su diario vivir. Es una comunidad que, generalmente, tiene un discurso de lucha, de optimismo, de racionalidad económica y confianza en Dios. Este primer modelo que toca el diario vivir del colombiano hace bien y motiva a ser persona en la mejor manera posible.
Pero sucede que cuando ya está bien despierto y ejercitando sus cinco sentidos, el panorama cambia un poco. Se le hacen presente a los sentidos de esta persona varias cosas que lo impresionan: el mundo de los poderosos, que es ostentoso y con frecuencia manchado de corrupción e inmoralidad; el mundo de los “famosos” con sus historias repletas de rupturas, infidelidades, droga, impudicia, idolatría del cuerpo; el mundo de los que le hablan y que se mueve entre unos discursos altisonantes y otros realmente cínicos, invitando a sacarle el jugo a la vida a como dé lugar, sin límites ni criterios profundos. Se le presenta el mundo de los violentos, aquellos que ocupan buena parte del escenario nacional, y que para algunos se convierte en la gran tentación para hacer y concretar muchas aspiraciones y derrumbar frustraciones. Esta segunda visión del colombiano despierto lo llena de incertidumbre, de rabia, de tentación y de falsos dioses.
Pasan los días, los meses y los años y va quedando a la vista el resultado de estas contemplaciones. Un ser humano un poco ambiguo, con nociones nebulosas del bien y del mal. Un hombre, una mujer, que no siempre tienen claro qué es lo que deben construir en sus propias vidas ni cómo hacerlo. Los modelos a la vista no son tan claros, aunque a veces sí lo son. La vida como salga, parece finalmente ser la consigna del humano que habita Colombia.
Hay una tensión desesperante entre unos ideales de vida, hoy en día no tan universales, y la solución práctica de esa misma vida, y en ella se transita con increíble facilidad de lo más noble a los más ruin, de la más alta filantropía al egoísmo más ofensivo y urticante. Así, los modelos de vida por lo general han perdido la capacidad de ser asertivos para pararse al frente y decir lo que con tanta claridad pronunciaba Jesús: “Yo soy camino, verdad y vida”. Para el desarrollo moral de nuestra gente los modelos a la vista de hoy en día no ayudan mucho.