El viernes pasado me llamó un amigo para preguntarme si no me parecía peligroso que un presidente no democrático se arrogara las competencias que le otorga el Estado de Conmoción Interior.
Petro es ciertamente un mandatario no democrático. La democracia le ha servido para llegar a las posiciones que ha ocupado, pero una vez llega, se olvida de los principios democráticos. Tanto en su alcaldía como en su presidencia.
Sin embargo, así el primer mandatario no sea democrático, el sistema sí lo es. Y, al serlo, está obligado a dar las respuestas que la democracia exige. Proteger a la población quizá sea la más importante.
Los habitantes del Catatumbo enfrentan graves amenazas. Muchos han sido ya asesinados. El desplazamiento es monumental. Los servicios básicos escasean.
Aunque la región ha estado expuesta a una marcada inestabilidad desde hace tiempos, Petro es responsable de haber acentuado su deterioro. Les dio carta blanca a los grupos armados ilegales para seguir con sus acciones ilegales; les cedió el control territorial; ha emprendido todas las acciones a su alcance para debilitar a las Fuerzas Militares y de Policía; la inteligencia esta dolorosamente atontada; ignoró las advertencias de la Defensoría del Pueblo sobre la inminencia de un escalamiento de la violencia que allí se vive; continúa imperturbable frente a la relación de Maduro con el Eln.
Es imperioso procurar la integridad de los habitantes de la zona. Las omisiones, errores e incluso actuaciones deliberadas en que haya incurrido el Presidente son deudas por las cuales él deberá rendir cuentas en su debida oportunidad. Pero, en este momento, hay que darle total prioridad a la protección de la población afectada.
Además, la Conmoción Interior y la superación de su control constitucional le quitan a Petro la posibilidad de acudir a excusas y lo obligan a exhibir los resultados que logre con las facultades especiales que se le otorgan.
Ahora bien, no cualquier conmoción es aceptable. El Gobierno debe tener el mayor cuidado con las razones que invoca para declararla, con las competencias que se adjudica y con los mecanismos de control que reconoce.
Y ahí comienzan los problemas. A pesar de las pretensiones que enuncia en el decreto declarativo, la Conmoción no está diseñada para implementar planes regionales de desarrollo ni para promover la reforma tributaria que el Congreso ya le rechazó. El establecimiento de impuestos a sectores específicos genera dudas mayores. No creo que la Corte acepte la competencia del Presidente y de sus ministros para señalar a aquellos a los cuales obliga a asumir de manera exclusiva las cargas que acarrea el Estado de Excepción.
Las restricciones que piensa autoimponerse serán igualmente relevantes. En una democracia, no hay poderes ilimitados. El Gobierno tomaría una buena decisión si anticipara desde ya los mecanismos de vigilancia que planea reconocer. Así como le pide al país que lo deje actuar, es necesario que lo faculte para controlarlo.
Reflexión final: me llegó un montaje en el que se muestra a Petro vestido de delantal mientras atiende a Trump. Es una caricatura clasista, que no contribuye al debate ciudadano. Las personas del servicio doméstico son personas que ejercen un trabajo digno y que hacen más fácil la vida de quienes cuentan con la ayuda que ellas ofrecen. Petro es un tipo indeseable, un presidente que al amparo de sus caprichos erosiona nuestras garantías, nos genera dificultades constantes y nos somete a riesgos inadmisibles.