Son épocas difíciles. Es bastante improbable encontrar a alguien en el mundo que no haya sufrido los rigores de la ausencia por la muerte, vivimos en la zozobra permanente por la vida, perdimos la cuenta de las veces que de manera desesperada imploramos al cielo por alguien que está siendo sometido por el covid-19.
El 17 de junio, el profesor Alejandro Badillo perdió la batalla. Conocí a Badillo en Acción Social en 2010, hicimos parte de un ejército de abogados que por esa época trabajaba tratando de contener la avalancha de tutelas interpuestas por las víctimas del conflicto armado interno reclamando sus derechos, eran épocas de jornadas interminables de trabajo.
Alejandro se destacó por ser un hombre sencillo, siempre sonriente, con un espíritu pedagógico incansable, ayudaba a quien lo se lo pidiera a hacer sus deberes académicos; era un orientador permanente para aquellos que alternaban su trabajo con estudios, no importaba el nivel académico que pretendían conquistar, siempre ayudaba, su generosidad con el conocimiento no conocía límites.
Veía en la educación un camino directo a la superación. Él era una clara evidencia de su convicción, estudió con los salesianos, se graduó de abogado en la Universidad Católica, hizo su maestría en la Universidad Nacional, casa de estudios donde actualmente cursaba su Doctorado, le faltaba nada para terminarla, era un Doctor en potencia, lo fue desde que lo conocí; perseguía el título como un formalismo para respaldar las naturales aspiraciones en el mundo académico al que estaba destinado a pertenecer, no porque le hiciera falta. Fue docente en la Manuela Beltrán, en la Nacional, actualmente lo era de carrera en La Gran Colombia
Alejandro, a pesar de sus 38 años, era un abogado con alma de niño, su puesto de trabajo era una parada obligada para cualquier pequeño que visitara la entidad, su presencia inspiraba alegría. En los momentos más tensos tenía, además de conceptos fundamentales para salir adelante, apuntes inesperados que devolvían el alma al cuerpo y permitían que entre tanta tensión se pudiera vivir un ambiente de trabajo agradable donde el compañerismo era capaz de resolver cualquier asunto por intrincado que pareciera.
Esa bondad, su entusiasmo, generosidad y espíritu dispuesto a las causas nobles, fue clave en la creación de Sintrasocial, un sindicato sin antecedentes en el sector de la inclusión social. Cómo olvidar esa tarde convulsionada del 2 de septiembre de 2014, pese a los reclamos de compañeros adeptos al régimen y de algunos directivos que luego nos aplicaron la ley del distanciamiento laboral acompañado de vergonzosas presiones, Badillo como presidente logró consolidar esa aventura de la clase trabajadora en el Departamento de Prosperidad Social.
En la Universidad los alumnos apreciaban su cercanía y la manera como acompañaba sus causas, siempre cercano, siempre dispuesto. Fiel a sus más íntimas convicciones marchó para apoyar los reclamos justos de los jóvenes contra la falta de espacio para vivir dignamente y ahí lo alcanzó la pandemia. ¡Hasta siempre maestro Badillo!
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