A lo largo de mi vida nunca había visto tantos atropellos contra la niñez: la miseria, la ilegalidad, el maltrato, la falta de educación, la esclavitud, el sicariato, la mendicidad y demás penurias. Nunca se había pregonado oprobio semejante como el que lanzó el ministro de Defensa, para justificar un despropósito del ejército, que se ha denunciado y que se está investigando en torno a un reciente bombardeo en el Guaviare.
“Estaban en el campamento de Gentil Duarte y eran “máquinas de guerra”, dijo, más o menos el ministro Molano para justificar el bombardeo, que cobró la vida de varios niños. La Convención de Ginebra y el Derecho Internacional Humanitario, son muy claros, sobre el tratamiento que debe darse a la niñez en un país en guerra, como Colombia.
La inteligencia militar debe comprobar que en los campos de batalla y en los campamentos subversivos no haya niños, antes de proceder al ataque.
Es entendible que un ministro de Defensa deba expresar total solidaridad a sus tropas, si está seguro de la evidencia de los hechos, antes de aventurarse a acusar a todo un país, de adelantar campañas para difamar y deshonrar “a nuestro ejército”.
Se apresuró, como lo hizo su antecesor Botero, a inculpar, sin antes constatar. No es afortunada, lógica, sensata, una actuación febril de quien tiene las armas de la patria en sus manos.
Como suele suceder, el “trompo de poner” han sido los niños; a los que nadie defiende y son las víctimas desde las épocas de Herodes, hasta nuestros días.
El Estado no los preserva, la sociedad apenas los soporta, las élites no los tienen en cuenta, muchos progenitores los detestan, los educadores los utilizan, los narcos, los terratenientes y ganaderos los manejan, explotan y corrompen.
El desplazamiento, el desempleo, la miseria, el hambre, la inseguridad y las amenazas han convertido a nuestros campesinos y sus niños en los judíos errantes de la Colombia profunda y cercana. El gobierno no mueve un dedo para hacer que su famosa paz “con legalidad” permita la restitución de tierras, porque los raptores de ellas se encasillan en puestos burocráticos y camarillas políticas para impedir esa acción justiciera.
Si hubiera ese retorno, Colombia se convertiría en la gran despensa del mundo en esta crisis, al tiempo que mitigaría la indigencia y penuria de nuestros campesinos y garantizaría el tránsito de los niños hacia un nuevo país con próspero futuro, educación de calidad, buenas costumbres, alegría y mentes sanas, que los alejarían de esa execrable guerra que el mismo Estado impide que termine.
Así entraríamos por la promisoria senda que nos permita limar asperezas, honrar la palabra, entronizar el sincero perdón en la Colombia que queremos, y de paso, acabar con las “máquinas de guerra”.
BLANCO: Sabia propuesta de la alcaldesa: no reforma tributaria, como proponen Uribe y Carrasquilla, sino un préstamo del Emisor con el mayor contenido social que se conozca.
NEGRO: La supuesta prolongación del mandato Duque.