Curioso debate
La semana pasada seguí con detenimiento el debate en la Comisión Primera del Senado sobre el proyecto de ley que pretendía penalizar nuevamente el aborto en Colombia. Obviamente comprendo la forma como se conforman las comisiones tanto en el Senado como en la Cámara, pero no por ello deja de ser curioso que en la comisión del mencionado debate la única mujer fuera la senadora Karime Motta.
Pues bien, el complejo debate sobre la penalización del aborto, presentado por el Partido Conservador, mantuvo una dinámica muy desafortunada para las colombianas, dinámica que ha permanecido de manera casi constante en los grandes debates que la humanidad ha dado sobre el cuerpo de las mujeres a lo largo de la historia y es que los que hablan son los hombres.
Por esta razón me pareció un debate curioso por encima de la trascendencia de las posiciones de parte y parte y la tristeza que me produjeron los argumentos tan flojos que sobre el tema aportó la única mujer perteneciente a la comisión.
Me llamó la atención la exposición del senador Parmenio Cuéllar, quien realizó un recuento histórico de la legislación desde el año 1830 acerca de la penalización del aborto y demostró cómo desde entonces había un especial interés por defender la vida de la madre frente a una situación en la que el embarazo pusiera en peligro su vida.
De igual modo se podría argumentar que la Corte Constitucional, compuesta en su mayoría por hombres, despenalizó el aborto en los tres casos por todos conocidos.
Así que son los hombres no sólo en Colombia sino en el mundo los que argumentan a favor o en contra de las políticas sexuales reproductivas para las mujeres, cuando curiosamente ellos no saben ni nunca sabrán qué se siente estar embarazada, parir, lactar, ni mucho menos abortar o tener en las entrañas un hijo fruto de una violación.
Curioso digo que sean los legisladores, los jueces y los sacerdotes los que pontifiquen lo que debe hacer una madre o no, cuando, por ejemplo, un médico le dice a una madre que su hijo llegará al mundo con una malformación genética que lo condenará el resto de su vida a depender de unos aparatos.
No saben los hombres lo que significa ser mujer, ni las complejidades de nuestro cerebro y emociones y en ese sentido es que hacen tanta falta políticas diseñadas por expertas y no expertos.