Amable, sonriente y bondadosa son las primeras palabras que vienen a mi mente cuando pienso en ella. María Vieira White, o simplemente Maruja, como la bautizó Pablo Neruda, era todo corazón, como lo es una madre.
Escuché sus poemas desde niña; me gustaba repetir aquel: “Cuando era necesario elegir/ entre el pan y las flores/ comprábamos las rosas…
La conocí a finales de 2006 cuando le presenté el manuscrito de mi primer poemario, Caligrafía del viento, en busca de sus comentarios. Algo arriesgado para mí, ella era ya una poeta consagrada, una de las más destacadas de Colombia y quizás de Hispanoamérica. Yo a mis 56 años, un poco tarde, apenas comenzaba.
No pude haber escogido una más sabia y respetuosa crítica para mis versos. Tuvimos una empatía natural desde el primer momento. Hablamos por horas sobre sus padres, su hermano Gilberto Vieira, líder del partido comunista colombiano y mis padres líderes del partido conservador; algo que en vez de molestarnos pareció unirnos. Me habló de algo que para siempre marcó su vida, la pérdida de su marido. Fue eso quizá lo que más nos acercó; mi marido también había muerto. Ambas entendíamos lo que ella llamaba “la lucha de la palabra contra la voracidad del olvido”.
Analizamos la poesía, como catarsis, como medio de expresar las luces y las sombras, la cotidianidad y lo eterno, una incandescente mirada hacia el pasado, pero también hacia el futuro.
Días después me envió un bondadoso prólogo para Caligrafía del Viento. Copio algunas de sus bellas palabras porque me dieron alas y oxígenos para sostener mis versos: “Estos poemas son bellamente descriptivos y logran efectos visuales, auditivos y sensoriales. (…) Son producto de una cultura ancestral, que se refleja en la escogencia de la sonoridad exacta, de la cadencia interior pausada y cierta, de la palabra que encierra y abarca el significado de las creencias y los sentimientos.”
En la última antología de su obra publicada recientemente con el nombre de uno de sus poemas más significativo “El nombre de antes”, escrito al poco tiempo de la muerte de su marido; la gran poeta y yo nos hermanamos en la misma tristeza irreparable.
/ No es fácil escribir el nombre de antes. /Es como volver a un traje antiguo, / unas flores, / un libro, / un espejo amarillo por los años. / Con aquel otro nombre/ era como tener entre las manos/ toda la luz del aire. / Ahora vuelvo a mi nombre de antes, /mi nombre de ceniza, / el que anduvo conmigo por el tiempo/ y por las soledades. / Pero escucho una risa y unos pequeños pasos. / Todo no se ha perdido. /Aquí estoy otra vez, / frente a la vida, /con mi nombre de antes.
Maruja Viera permanecerá con nosotros en sus poemas, reflexivos, íntimamente conmovedores y profundamente humanos. Doy gracias de haberla conocido, de haber compartido con ella algunos momentos quizá muy pocos, pero siempre inolvidables.
Hoy compraremos rosas en su nombre y rodearemos con amor a su querida hija Ana Mercedes, la más completa herencia que nos ha dejado.