Años atrás, el país se concebía como una nación distinta a la actual. No es que geográficamente haya cambiado, simplemente era su realidad, eran unas regiones que poco tenían que ver entre ellas y que al final Interactuaban de manera sencilla en algunas cosas, pero sin ninguna convicción de identidad propia en la mayoría, pues su esperanza recaía en cómo se les mirara desde Bogotá, en ese momento eran incapaces de autogobernarse.
Hoy, por el contrario, pareciera que muchas de esas fronteras regionales han ido desapareciendo y los departamentos han empezado a encontrar cosas más comunes entre ellos, más coincidencias qué diferencias entre estos espacios regionales y han empezado a detectar sus problemas y posibles soluciones.
Teniendo en cuenta lo anterior, y a partir de ese auto diagnóstico, se esperaría una solución rápida a sus problemas. Sin embargo, el sistema está hecho para que todo ese proyecto sea viabilizado, aprobado y financiado en el nivel central, lo cual hace que la espera de soluciones sea eterna en el tiempo. Eso conlleva desesperanza y falta de confianza de las personas en sus dirigentes.
Temas como políticas económicas y de desempleo, relaciones exteriores y otros, lógicamente deben ser tratados desde lo nacional, pero otros más locales, son temas que deben empezar a entregarse a las regiones, pues ahí existe divergencia de prioridades entre cada una de ellas y sus soluciones.
Pretender desde Bogotá solucionar la totalidad de problemas de cada uno de los municipios resulta antitécnico y frustrante; es esa forma de política donde se concibe al congresista como un buscador de proyectos estatales, los cuales muchas veces son innecesarios, pero algo hay que llevar a las regiones para demostrar que existe gestión y presencia del Estado.
La propuesta a futuro debe ser una mayor autonomía regional, una que logre que las economías se dinamicen desde los departamentos, que los recursos se recauden en ellos, teniendo por supuesto una participación el estado en los mismos, pero no su manejo y disposición total. Solo en la medida que esto ocurra, cada una de las regiones podrá desarrollarse más rápidamente, sin necesidad de esperar que desde un gobierno centralizado y burócrata se ponga la mirada en ellos y mano a sus problemas.
Es hora entonces de empezar a explorar una mayor autonomía regional, una que fortalezca aún más el autogobierno, que permita proyectos de desarrollo sectoriales, porque esa es la única fórmula que le resultó bien a ciudades como Medellín hace unas décadas o a Barranquilla en la actual, pero no todas las ciudades cuentan con los recursos que recaudan estas dos.
Estamos en los tiempos de las respuestas rápidas, pero éstas solo se logran con actuaciones igual de expeditas y para ello lo más propicio es profundizar la capacidad y autonomía de las regiones. Está será, además, la forma más eficaz de eliminar esa moneda de cambio que sirve para comprar simpatías en el legislativo en contraprestación de soluciones que podían entregar organismos locales para las gentes de sus departamentos.