Sí, vivimos en una matrix. Esto no es exagerado ni fruto de una producción cinematográfica, sino la realidad en la que nos encontramos, esa danza entre orden y caos que tiene como telón de fondo la incertidumbre: es la vida tal y cual la conocemos, la vida en general y nuestra propia vida en particular. Es la malla vital que elegimos tener antes de encarnar, esa con la que estuvimos de acuerdo previo a la firma del contrato sagrado con la divinidad, los multiversos, Dios o como le queramos llamar, eso más grande que nos contiene y de donde proviene la existencia, más allá de que lo creamos o no. Creo y vivo todo esto: cada vez tengo más consciencia de mi matrix, de sus retos y oportunidades, de sus múltiples causas, variables y sincronicidades. Todos la vivimos cada día, lo cual nos genera toda la gama posible de emociones.
Los seres humanos experimentamos seis emociones básicas: felicidad, tristeza, sorpresa, miedo, ira y asco, de las cuales se desprenden otras secundarias. No creo en emociones negativas o positivas, sino en lo que podemos aprender de cada emoción que experimentamos: ese es el juego de la matrix. Además de las emociones, necesitamos arreglárnoslas con sus pensamientos asociados, con los instintos que nos permiten la supervivencia, con el cuerpo que somos y con nuestro sentido de trascendencia. Pero hasta aquí solo nos estamos tomando la selfie de un momento: también entran en el juego nuestra historia personal, la familia de origen, nuestros ancestros; la cultura en la que crecemos, el ambiente en el que nos desarrollamos, las personas con quienes nos vamos encontrando a lo largo del camino. La matrix es verdaderamente compleja. Es por ello que el autoconocimiento y la reflexión constante sobre lo que vivimos resultan fundamentales para ir resolviendo la vida de a poquitos, cada quien con sus ritmos y tiempos. Jugamos en una matrix gigante, cada quien son su matrix personal, la cual se enreda con las de aquellos que encuentra a su paso. Esa es la trama de la vida.
Ese contrato que firmamos antes de encarnar incluyó no solo nuestro compromiso de vivir en la matrix sino el de encontrar las maneras para salir de ella. Ese es el verdadero reto existencial, por encima de cualquier otro: salir de esa malla compleja, para lo cual es preciso conocerla, tenerla plenamente identificada. Detrás de cada éxito o fracaso, de cada relación fluida o estancada, del nacimiento o de la muerte de un ser querido, se hallan significados profundos que constituyen claves de aprendizaje. Si tan solo observáramos, sin juicio, cada situación que vivimos, y nos preguntáramos no solo por qué la estamos atravesando sino para qué, avanzaríamos en la identificación de los múltiples sentidos de nuestra vida y cumpliríamos nuestro propósito. Conociendo cada vez más la matrix encontramos los caminos que nos mantienen en ella y también los que nos sacan. Le propongo conocer su matrix: le acompaño en el proceso, para que salga de ella.