MAURICIO BOTERO MONTOYA | El Nuevo Siglo
Lunes, 16 de Abril de 2012

El barómetro

 

Cuando un político habla de la conciencia es para decir que la tiene limpia. Tal como ahora ocurre con los exfuncionarios del anterior gobierno, animados a hablar de su conciencia en público. Tras sendas acusaciones por prevaricato, peculado, cohecho, malversación, simple. Es un reflejo condicionado a lo Pavlov. Y es conveniente tenerlo en cuenta como síntoma, como un barómetro que mide las presiones de la atmósfera.

Asimismo cuando empiezan a hablar de Dios es un síntoma inequívoco de que el político de turno está emproblemado. Si había duda de que Chávez está desahuciado, estas se desvanecieron tras sus efluvios sentimentales místicos hechos públicos. En unos meses sabremos si ese barómetro todavía funciona. Pero hasta ahora no ha fallado.  

En cambio en el Congreso, cuando uno de los honorables parlamentarios es acusado  de corrupción se defiende y multiplica los términos esdrújulos o semi-esdrújulos en el discurso tales como: impoluto, integérrimo, traslúcido, honorabilísimo. Esto poco antes de ser llevado a la cárcel. Ese barómetro de las vocales también los delata y les hace temblar ligeramente la tercera papada que en un país pobre, suele ser una gordura inmoral. Son por cierto algunos congresistas los que aspiran a quitarle la autonomía al Banco de la Republica  para dejar la política económica al garete de la inmediatez del ejecutivo.

Como la macroeconomía lleva ya más de medio siglo guiada con unos criterios confiables. Incluso enfrentada en ocasiones a las fórmulas del Fondo Monetario Internacional. Los politicastros quieren meterla en cintura.

Estamos en una encrucijada de profundos cambios creados por el crecimiento y la agudización de la concentración de la riqueza, hechos que desbordan con holgura las acciones del gobierno. Dormimos sobre un volcán social más grande que el del Ruiz. El anterior régimen nos legó la medalla de bronce mundial en concentración de la economía. Apenas superados por Angola y Haití.

Y en un suelo movedizo en el que los sismos no se sienten o se disimulan con más del noventa por ciento de los diarios en manos del gran capital. En esas circunstancias casi todos los barómetros fallan. Pero aún funciona el barómetro que podemos llamar de la pérdida del mundo que se delata en un inesperado fervor religioso. Está el barómetro de los adjetivos esdrújulos. Y la inveterada costumbre del político que solo menciona a la conciencia para decir que la tiene limpia.