Tenemos que comprometernos. Es tarea de todos colaborar y cooperar en mejorar la vida. No se debe ignorar la pobreza, la falta de hálito de tantos desfavorecidos y tampoco el sufrimiento de una parte grande de seres humanos. Los Estados han de ser más sociales y democráticos de
derecho, sin duda. Nos merecemos una existencia decente, con un mínimo de seguridad en todas las regiones del astro, con unos sistemas alimentarios más sostenibles, ecuánimes y solidarios. Considero que, la humanidad en su conjunto, tiene que activar los medios de subsistencia de la ciudadanía, a medida que luchamos por un porvenir más esperanzador.
Lo importante radica en persistir, en acogernos mutuamente para vivir con tranquilidad. No son los derroches ni el cúmulo de riquezas, sino el sosiego y el trabajo, los que proporcionan el bienestar. Es de desear, por consiguiente, que el diálogo entre naciones continúe de manera provechosa, en beneficio de ese bien colectivo que a todos nos incumbe, bajo la guía del respeto y la consideración hacia toda savia.
No hay otro modo de descubrirse a sí mismo y de realizarse, que el laboreo que sale de las manos de un ser. Tanto es así, que en medio de la crisis hay motivos para la esperanza, si nos unimos en favor de la justicia social. Según un reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), es probable que la actual desaceleración económica mundial obligue a más trabajadores a aceptar empleos de menor calidad, mal pagados y carentes de seguridad laboral y protección, acentuando así las desigualdades exacerbadas por la crisis del covid-19. De ahí, la necesidad de favorecer el entusiasmo humanitario, para facilitar el establecimiento de un nuevo contrato social a escala global. Por ello, quisiera renovar la expresión de mi más profunda gratitud hacia esas gentes que se esfuerzan por dar a las relaciones entre culturas diversas un carácter realmente cooperante y de cercanía.
Al igual que no es el trabajo lo que envilece, sino la ociosidad; también la pausa reflexiva suele desenredar todos los nudos, que los diversos caminos suelen ofrecernos. Las prisas no son buenas para nada, ni para nadie. Tenemos que aprender a recobrar y a mantener la calma, a entrar en uno mismo para poder activar el gusto por vivir, a ser para los demás como para sí, volviendo a poner todo en su justo lugar, que es lo que hace nacer el optimismo. No olvidemos, pues, que todos somos corresponsables los unos de los otros, lo que nos exige invertir en un planeta saludable para obtener alimentos beneficiosos. Por otra parte, hemos de prestar más atención a las políticas comerciales y de mercados, ya que pueden desempeñar un papel esencial en la mejora nutritiva, a través de una mayor transparencia, reduciendo la incertidumbre y favoreciendo la previsibilidad agroalimentaria, en pro de la verdadera satisfacción y de la defensa de los valores humanos. Ojalá, seamos capaces de transmitir esta antorcha de un
clarear sin ocaso a las generaciones venideras.
En cualquier caso, todo parece indicar que la inseguridad alimentaria seguirá creciendo; y, a esto hay que añadir, la desocupación de tantas gentes, incapaces de conseguir un puesto de trabajo digno. Sabemos que todos estos problemas obedecen a causas muy complejas, pero me angustia pensar que sean las personas más débiles en recursos, quienes deban sufrir con más castigo las consecuencias negativas del momento. Quizás si tuviéramos una mayor conciencia social a todos los niveles y en todos los sectores, podríamos hacer que la vida de todos mejorase, fuese más benigna, en suma. Desde luego, tenemos que hacer todo lo posible y hasta lo imposible, a la hora de poner los medios para crear un orden social más equitativo, con una justa distribución de los bienes producidos por el trabajo de todos. Son exigencias morales que obligan en salud (física o
mental) a ser mejores ciudadanos del mundo. Al fin y al cabo, no hay mejor respiración para tener inmunidad, que mover el cuerpo y que repose la mente.