La victoria de Eduardo Frei Montalva (1964/70) puso a soñar a La Democracia Cristina de América Latina. Fue entonces cuando los jesuitas fundaron, en Santiago, el Instituto Latinoamericano de Doctrina y Estudios Sociales (Ilades), para jóvenes líderes del continente.
Como alumno de la primera hornada escuche allí las conferencias de Alwyn, Zañartu, Vekemans, Tomic y Gonzalo Arroyo, el futuro organizador de “Católicos por Allende”.
Como gobernador de Sucre (1970/72) me correspondió recibir a Patricio Alwyn, quien nos visitó con una delegación del Senado chileno, que él presidia. En caminata vespertina por las playas de Coveñas le pregunté por las causas de la derrota de la D.C. frente a Allende. Se lamentó que Tomic (Radomiro), por conquistar electorado de izquierda se hubiera olvidado de la clase media, la que al votar por Alessandri facilitó el triunfo del presidente socialista. Unas semanas más y la derrota hubiera sido total, concluyó. Al indagarle por algunos amigos comunes, se sintió en confianza y dijo: ya Salvador empezó a enredarse, la dirigencia de su partido se radicalizó. No se le permite hablar con la oposición.
Año y medio después, en New York, en una cena en su honor, el derrotado candidato de la D.C., Tomic, me respondió todo lo contrario: Yo le tendí la mano al pueblo, los chilenos me entendieron y venían hacia mí. Con unas semanas más, yo derroto a Salvador.
En 1978 acompañé a Misael Pastrana Borrero a Caracas a una reunión de expresidentes demócratas latinoamericanos, convocada por el excanciller Burelli Rivas. En una recepción, en casa de éste, vi a Eduardo Frei sentado en una banca del jardín. Me le acerqué y hablamos largo. ¿Cómo se hizo el Frente Nacional en Colombia?, me pregunto. Le relaté el proceso y destaqué la actitud de la Junta Militar. Eso no se puede hacer en Chile, fui presidente del país, del Senado y de la D.C., y no recuerdo haber invitado un militar a mi casa, fue su inesperado comentario. Terminó lamentándose de la brutalidad de la dictadura de Pinochet. Con la voz entrecortada agrego: No se me permite regresar a mi patria.
En 1979 regresé a Santiago, como Viceministro de Educación, a una reunión de la Comisión Interamericana de Educación Ciencia y Cultura (CIECC). Como a mi llegada protesté por los abusos del imperialismo de todas las tendencias y reafirmé los valores de la cultura de nuestros pueblos, se me señaló como el orador de la clausura. En la mañana del día final se me pidió el texto del discurso, “para imprimirlo”. Clausuró el delegado de Ecuador. Una frase de admiración al autor de “20 poemas de amor y una canción desesperada” concluía: Neruda murió de dictadura. Fue censurada. Enterado el Presidente Turbay Ayala, me llamo: ¡Lo felicito, ese es su grado de demócrata!
Todavía en Santiago, para una cena en su casa, Germán Fuenzalida, reunió algunos condiscípulos y amigos de los tiempos de Ilades. Unos se quejaban del intenso desabastecimiento y de la hiperinflación en el gobierno de Allende, y consideraban que la llegada de jóvenes cubanos con metralletas en la mano, regalo de Fidel Castro, y la prolongada visita del líder cubano, cinco semanas, hablando de marxismo por todo Chile, precipitó el golpe del 11 de septiembre de 1973. Casi todos los contertulios ya habían sentido la pisada dura de la bota militar. Familiares torturados y amigos desaparecidos. Hasta esta cena puede ser peligrosa, dijo Germán.
Que Chile, el país símbolo de la democracia latinoamericana, hubiera caído en el túnel tenebroso de la dictadura de Pinochet, sigue siendo una alerta para los dirigentes demócratas de nuestro continente. Cuando se vive en democracia hay que cuidarla todos los días. Olvidarse de los mesianismos y luchar contra la indolencia ante los problemas de nuestros pueblos, es la primera obligación de los hombres de la democracia.
En “Antes de la Tormenta” (Crítica 2022) Gal Beckerman relata la historia, con seis ejemplos, los orígenes de las ideas radicales. En la entrega exigida para hacerlas valer, la primera virtud que exalta es la paciencia. Así mismo, Chou en Lai, en carta al Presidente Allende, le pidió que “vaya más despacio”, y agregó: “la vida de las personas solo mejora con la producción”.
… En sus días finales Patricio Aylwin dejo consignado: “En un sentido profundo el golpe de Estado a Allende fue la derrota más dura sufrida por la Democracia Cristiana chilena”