Me enteré del ataque de un oso de anteojos a una res en el municipio de Totoró Cauca. Sentí alegría de que aún quedaran osos en la región y mucho miedo de que sufriera el destino de otros que tras los ataques al ganado son asesinados por la comunidad. Era domingo de puente y decidí advertir con un tuit a Parques Nacionales, que promociona campañas en defensa del oso de anteojos y otras especies por twitter. Sugerí que debían pagar los daños que hubiera causado el oso, como se hace en muchas regiones del mundo, para conseguir la cooperación de las comunidades vecinas y lograr el fin último que es la protección de la fauna.
Parques Nacionales no entendió mi propuesta -por falta de una coma- y reaccionó acusándome de promover acciones de matanza sobre esa especie en vía de extinción. Esto inició en la red un proceso de linchamiento en mi contra.
El asunto da para al menos dos reflexiones. La primera, sobre las políticas públicas relacionadas con la fauna silvestre y la segunda sobre bullying, la cual no abordaré ahora.
Si las políticas públicas de protección a la fauna silvestre estuvieran funcionando nuestra fauna no estaría desapareciendo. El tráfico ilegal, el cambio climático y la pérdida de territorio para esas especies son las amenazas más serias. La expansión del hombre en el territorio es muy difícil de controlar. Colombia tiene un frente colonizador que va arrasando selva, asentando cultivos ilícitos y bases para la minería ilegal. Sin embargo, no sólo en el borde de selva virgen están las dificultades. En zonas habitadas vecinas a parques, páramos, lagunas, bosques..., en fin, la fauna circula y el establecimiento o no de zonas protegidas no limita su movilidad. El mundo ha venido cambiando las políticas de comando y control por unas de incentivos económicos. Ya no sólo se prescribe algo como prohibido y se espera el daño para tratar de sancionar -que ha probado ser ineficiente- sino que a través de incentivos económicos se trata de ajustar la conducta de los agentes a lo que es deseable que hagan. En muchos casos los resultados han sido mejores.
Que los ciudadanos próximos a la fauna silvestre financien el mantenimiento de las especies de su patrimonio no es conducente a generar relaciones armónicas con la comunidad, ni a crear fuertes alianzas para la conservación. Cuando un jaguar o un oso matan una vaca hay un costo. ¿Quién debe asumirlo?
En mi opinión ese costo lo debemos asumir todos y no el ciudadano afectado en particular. Ese ciudadano al ser vecino de la fauna silvestre debe ser un aliado en su conservación, y es difícil que lo sea si percibe a los animales silvestres como un costo y una amenaza para él.
Es complejo diseñar este mecanismo de compensación, pero creo que es fundamental equilibrar y armonizar las relaciones de las comunidades y la fauna silvestre para poder realmente garantizar su supervivencia.
Ps: Me parece dramático que Parques Nacionales no hiciera ningún intento por rectificar, aun cuando el sentido de mi mensaje se hizo evidente gracias a otros tuiteros y a mis mensajes aclaratorios.