Monseñor Libardo Ramírez Gómez* | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Mayo de 2015

PRECEPTOS SAGRADOS

Amor, honor, respeto

EN  lo íntimo del alma aparecen cinceladas las palabras Amor-Honor-Respeto, al solo evocar un nombre sagrada: Madre. En el primero de los preceptos sagrados presentados por la sabiduría divina en relación con el  prójimo, está esculpido el: “Honrarás a tu padre y a tu madre” (Ex.20,12). Si, a los dos, porque a ellos, como fruto de su amor y responsabilidad, se lo debe cada ser humano. Por sentimiento de orden natural, incrementado por las luces de la revelación divina, se cultiva ese amor a padre y madre.

Tiende cada persona, por instinto natural, a la defensa de su vida, y es de allí en donde tiene raíz natural un grande amor hacia la mujer que nueve meses supo, con gran responsabilidad, cuidar de nuestra vida, y con gran sentido de entrega, por encima de cualquier otro compromiso, nos dio el inigualable alimento de su leche materna. Qué preciosos y engrandecedores los testimonios de mujeres que han amado entrañablemente a sus hijos, que sienten horror de hacer algo contra ellos desde el primer momento de su concepción, y han dedicado a ellos, amorosamente, meses de lactancia con ese máximo amor de dar su vida por ese ser amado (Jn. 15,13).

Van apareciendo, con el correr de años y siglos, admirados modelos de belleza o de estilos de comportamiento con modalidades de vanidoso desdén del recato que señalan corrientes o preceptos de sociedades patriarcales, o inspiradas en principios religiosos. Tratan de opacar a quienes ponen la belleza y honor de cuerpos en respetarlos como obra del Creador, y preciado honor al obrar libre de liviandades. Qué grande exaltación de la mujer y de la madre la esculpida primero en su vivir, y luego en el mármol, de esa Virgen “nazaretana”, María (Lc. 1,26-27). Está la preciosa constatación evangélica que  por su aprecio y cuidado de las dotes recibidas de lo Alto: “has hallado gracia delante de Dios” (Lc. 1,31), para ser la madre del Mesías esperado por milenios por la humanidad. Segura de que es mensaje divino, y que va a concebir sin obra de varón sino “por obra del Espíritu Santo” (Lc. 1,35), da su “Sí” de “humilde esclava del Señor” (Lc. 1,36). Avanza, así, en un precioso vivir, amoldando su comportamiento, entregada plenamente al querer divino.

En la Biblia, y en la historia de los pueblos, no es solo el admirable ejemplo de la Virgen María, sino de centenares de mujeres que han puesto en alto, en forma tan distinta a la vanidad y a la liviandad, la imagen de la mujer y de la madre. Encantadora la historia de Sara, esposa de Tobías, quien, después de siete fracasos de matrimonios interrumpidos por la muerte, la misma noche de la boda, al recibir este octavo esposo ora con él con plena confianza en Dios, colocando ante Él su sencilla hermosura e ideal de vida matrimonial, que merece respuesta de visible  asistencia del cielo (Tob. 7 y 8). Ejemplo de fortaleza y llamado a  fervorosas  fe y honestidad de sus hijos, la de aquella madre macabea que ante el patíbulo de ellos, no lloriquea cobardemente sino que los exhorta a morir antes que hacer algo contra los mandatos divinos (II Mac.7). Madre valiente, fervorosa y digna, Blanca de Castilla, quien decía a su hijo S. Luis de Francia, que para ella sería más grave que su misma muerte saber que hubiera cometido un pecado mortal.

¡Qué grande exaltación de la mujer y de la madre  nos da el mensaje cristiano! Es el vivir con gran valor de tantas madres, que las hace merecedoras de recibir tributo  filial en el Día de la Madre,por su altura de miras. Cómo engrandece a la familia humana María Santísima, excelsa madre que nos la dejara Jesús como herencia de infinito valor (Jn. 19,25-27), prenda de honor y protección, ejemplo insuperable de dignificación de la mujer y de la madre. Ella, y todas las dignas mujeres nos inspiran: Amor, honor y respeto.

monlibardoramirez@hotmail.com

*Expresidente del Tribunal Ecco. Nal.