Los resultados de las elecciones regionales en Colombia del fin de semana pasado no son muy alentadores en lo que a equidad de género respecta. Bajó el número de alcaldesas y gobernadoras, pero el análisis debe ir más allá.
En el caso de las alcaldías, se redujo la elección de mujeres al pasar de 133 mandatarias actuales a 131 electas. En las gobernaciones el número pasó de 5 a 2. Pese a ello, hay elecciones que resultan muy alentadoras: la de Claudia López como alcaldesa de Bogotá, el segundo cargo público más importante del país, y las de ocho mujeres en el departamento del Cauca: en Santander de Quilichao, Lucy Guzmán; en Timbiquí, Neyla Amú; en Corinto, Martha Velasco; en Silvia, Mercedes Tunubalá; en Sotará, Lucy Agredo; en Sucre, Leidy Gómez; en Inzá, Xiomara Ortega; en Timbío, Maribel Perafán. Algunas son indígenas y otras afrocolombianas, por lo cual su triunfo en las urnas es un logro fenomenal en un departamento donde prevalece la segregación de los mestizos -que no blancos- sobre las poblaciones descendientes de los pueblos americanos originales y de los esclavos traídos de África. Lo mismo ocurre con Claudia, hija de campesino y maestra, hecha a punta de esfuerzo, dedicación y constancia. Si persiste la estigmatización por el origen étnico, más aún sobre la misma condición de ser mujer y sobre su orientación sexual. El patriarcado está vivo y coleando.
Sin embargo, el hecho que mujeres ocupen cargos de elección popular no garantiza per se el tránsito hacia gestiones menos machistas. La triste expresión coloquial “machismo se escribe con eme de mujer” resulta en muchos casos ser cierta. Y lo es porque no es fácil salirse de los modelos de dominación masculinos y heteronormados que han estado vigentes en los últimos siglos, en los cuales también se enmarca el matriarcado de mujeres que han basado su fuerza en principios de discriminación a sus propias hijas mujeres y preferencia por los hijos varones, esos que prolongan la existencia y por ende el apellido. A las mujeres que llegaron a ocupar posiciones de poder en el siglo XX, tanto en lo público como en lo privado, les correspondió luchar en un mundo diseñado y controlado por hombres: la sola lucha ya es patriarcal, pero si no hubiese sido por ella muchas mujeres no habrían logrado empezar a transformar la gestión organizacional. Tuvieron que desarrollar esos valores masculinos al igual que los hombres para poder no solo sobrevivir entre ellos, sino también liderarlos.
Las mujeres gobernantes están llamadas hoy a ejercer nuevos liderazgos: desde el cuidado, la contención, el abrazo, el reconocimiento pleno de las otras personas, el diálogo y la comprensión. Por supuesto que los hombres también estamos llamados a ello; sería injusto dejar el gran peso de las transformaciones sociales solo a las mujeres. Pero ellas, desde sus historias de vida, sus procesos y aprendizajes, nos pueden ayudar a superar la competencia, la imposición y la exclusión, aquello que hemos venido perpetuando en tiempos recientes. Más que un reto o desafío, palabras patriarcales, es una invitación a las gobernantes para que ejerzan sus funciones en conexión son su esencia, con el amor. Veremos si lo logran.